Alberto F. Alvarenga

Carta de un padre...

Jamás conocí el amor, hasta que te tuve en mis brazos.

Jamás conocí la belleza de la vida, hasta que te vi sonreír.

Jamás deseé que la vida fuera eterna, hasta que tomé

tu mano y te acompañé en todos tus retos, triunfos y fracasos.

 

Jamás quise tanto alcanzar el éxito, hasta que quise darte

Lo mejor.

Jamás quise tanto ser un buen ejemplo, hasta que te vi

imitar cada cosa que yo hacía.

Jamás un sacrificio valió tanto la pena, hasta que lo hice

Por ti.

 

Sé que tal vez tú no comprendas lo que hoy te digo, pues

tus alas son aún muy cortas, y la vida aún no te brinda la chispa

del entendimiento.

Aun así, quiero que sepas que aunque a veces te muestro

Cosas que para ti parecen injustas, lo hago porque prefiero ser yo,

quien te enseñe lo duro de la realidad, y no el mundo allá afuera.

 

Porque el mundo lo hará de manera cruel y despiadada, y no

le importará tu sufrimiento, como no le importó el mío cuando

tenía tu edad.

Por eso, hoy quiero decirte que aunque muchas veces sientas

que la mano que te acaricia, también te corrige con rigor,

el dolor más fuerte es el que siento yo, porque jamás supe de

dolor, hasta que te vi llorar.

 

Cuando los años pasen, quizá tú recuerdes eso y me guardes rencor.

Déjame decirte que yo muchas veces sentí el rigor de esa mano

que me acariciaba también, y me preguntaba, ¿Por qué si me amaba,

me causaba dolor?

Hoy esa mano ya no está para corregirme, y créeme

cuando te digo, que con lágrimas en mis ojos, jamás en la vida deseé

tanto que estuviera conmigo, en mis momentos de angustia y soledad.

 

Sabes que siempre te protegeré, y que daría mi vida por ti, pero

también debo enseñarte que aunque la vida está llena de amor

y felicidad, también está consumida por odio y mucha maldad.

 

Perdóname si crees que te lastimo sin entender el ¿por qué?, perdóname

si muchas veces crees que soy injusto. Quiero que sepas hijo mío, que

aunque tú no lo creas, lo hago porque jamás, pero jamás en la vida, amé

tanto como te amo a ti, y que hoy más que nunca, deseo con toda mi alma,

jamás llegue el día en que tenga que verte partir.

 

Porque tú te irás, en busca de aventuras, es la ley de la vida; mientras yo

sienta que la vida mía se termina.

Cuando ese día llegue, prometo no detenerte, pues aunque que te amo más que

a nada en el universo, no quiero que seas como esos pajarillos, que pierden la

vida en una jaula, por el dulce y a la vez amargo pecado de su belleza.

 

No me pidas no llorar, pues no puedo prometer lo que seré incapaz de cumplir,

pero puedes tener la certeza de que jamás… saldrás

de mi corazón, así pase mil años esperando a que regreses.

 

Por ahora hijo mío, disfruta de tu inocencia, deja que tus padres peleen

contra las injusticias de la vida, como una vez un anciano lo hizo por mí, y

aunque murió en la última batalla de esta vida implacable, en su último aliento

de agonía, se alzó con valor, y con orgullo le gritó al mundo, no me has

derrotado, mira quien viene atrás de mí.

Algún día yo me iré con él, cuando eso pase, quiero verte feliz, quiero verte

Erguido sobre el mundo, no como un tirano, sino como un ejemplo, para el

que viene atrás de ti.

 

Te amo hijo, si hoy ves estas letras borrosas, es porque las escribió tu abuelo

En su lecho de muerte, y me pidió que te las entregara a ti, y porque a

cada palabra que escribía, una lágrima caía sobre ellas, al recordar sus últimas

palabras cuando me dijo:

 \"Un día, tú verás a tus hijos crecer, y sabrás que es verdad lo que

te digo, hasta entonces, comprenderás en realidad, cuanto te amo…\"