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Caen los libros.

Los libros caen del escritorio,
la botella mancha el gris suelo,
mis manos no aguantan más,
el tintero se derrama en el folio,
tu corazón lejos ya está,
la luna en tu piel se oculta,
mis letras hablan disparates,
sobre todo forman tontas analogías,
el alcohol sube a mi cabeza
las neuronas estallan, se fragmentan,
las ideas vuelan al papel de mi alma.

En mi habitación existe la ciudad,
una mini-ciudad oculta en sabanas,
en polvo y suciedad,
no muy diferente a la de fuera,
aquí se alquilan mis demonios,
e intercambian gritos con Angeles,
las plumas desgastadas flotan en el aire,
la luz no llega a los abismos de dentro,
las sombras consumen mi cuerpo,
solo una pequeña luciérnaga da luz,
el mar de polvo y telarañas cubre mi ser,
demoniacas emociones viven aquí,
mi habitación subsiste solo por ti.

Ninfas y sirenas cantan en un vacío vaso,
me desnudan las ideas y sentimientos
recordando los pisoteados tiempos,
aquellos donde existía alegría
paz y millones de sonrisas,
inundan mi mente cuando sorbo sus voces,
las alucinaciones me llevan a las mujeres,
a los placeres sin quereres,
besos con vicio de amor ficticio,
cuentos y poemas nórdicos o griegos
que llegan en todas las directrices.

Mi escritorio enciende las llamas de los maestros,
los poetas que fueron verdaderos se presentan,
hablan, discuten frente a mi cara los problemas,
las mentiras y los amores que fueron malditos;
ellos cuentan las historias, yo tranquilo escucho,
aprendo de sus métricas y voces, pero solo respiro,
al final nada de eso escribo, termino con garabatos,
vocablos que vuelan en remolinos y tornados
en el océano de mi cuarto, en este pequeño cuadro
donde lo único bello y poético,
es el retrato de aquel cuerpo,
tu cuerpo, con tu rostro, tus infinitos ojos.
El tintero dicta y mis palabras abundan tristes.
Canta el silencio en lo profundo de mis recuerdos
y mis poetas siguen declamando sus versos tristes.