GuillermoO

De la imposiblidad del amor

La nieve lleva un cargamento de flores entre mis ojos.

Lo supe cuando la miseria, en su terremoto último,

quemó sus naves.

Estas rayas en mi piel dan pruebas de lo que hablo y digo.

Después están el cautiverio de mi cuerpo y sus silencios.

Porque, ¿a quién hablar?

¿A quién decirle que la realidad nos acusa de estar ciegos

por no haber descubierto la rebeldía?

Un tiempo sin ruidos  ha descendido hacia el mundo.

Alguna vez, mientras corría la esperanza,

he pasado entre decepciones -substancias de la noche-

y logré vivir.

Entonces: fragmentos de colores en mi cuerpo,

busqué el trópico,

desde mis pupilas busqué el fuego en su pozo;

mi recuerdo torturante como ensoñaciones de Delvaux.

 

Ahora estoy solo, gritando socorro, culpable o sospechoso;

mis límites abiertos a la ciudad que envolverá el insomnio,

mareándome en la altura colosal de aquella cuerda

colocada allí  para la locura o la desaparición.

Lo más oscuro es el mármol con que está construída la caricia:

daría mi sal inmediata por una limosna,

yo,

que recorrí las calles

con las manos en el hospedaje de las vociferaciones,

como si esperase a alguien,

a tí,

y quizá al amplio caballo que criaste,

y esa pasión por el recuerdo.

Yo,

venerador de sitios vagabundos,

pude sobrevivir pasando por sobre cautiverios.

 

Narrar la historia de un silencio.

Mira: mi corazón reverdece.

Brillan aún los alimentos breves, las cáscaras naranjas.

Pero mi corazón reverdece como esperando un milagro.

Creer es aceptar que debajo de la cara existen

lluvias desprendidas, pedacitos de caballo de nácar,

cortejos de coronación en los que te envolvías para no aceptar,

pumas verdes bajando por la belleza de nuestros cuerpos,

y esa pasión por los recuerdos,

enigmas compartidos,

bebiéndonos el vino que alguien arrojaba sobre nosotros.

Y los recuerdos,

un lugar de arena para el deseo de narrar la historia,

ese silencio que vuelve.

 

GuillermoO

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