Alberto Escobar

Conversando con Dios

 

 

Recuerdo el musgo que cubre la piel del desengaño.
Al decir de las lenguas de doble filo, la tentación
se hizo presencia entre la maleza.

Aquello que se hace llamar naturaleza clama venganza.
Una floresta de argumentos no es suficiente explicación.
Atizo a diestra y siniestra la hojarasca retórica que me 
sale al encuentro, respondo con aquello que llevo entre
manos.

A fuer de sensato pretendo no tener rival, pero el 
sentimiento ha nacido para llevarme la contraria y
sucumbir ante los hechos.

Coso las entretelas que se me rasgaron en la batalla a
sangre y fuego.

Alcanzo por fin la cúspide de los cabezos que se me
imponen como obstáculo al desafío terrenal.
Franqueo por fin las puertas de la Catedral y Urna de
mis dioses de hojas y tronco, dioses silenciosos y
milenarios como la vida.

Asisto a la última escisión de mi reino antes de disolverse
en el olvido más profundo que pensar se pueda. 

Exangüe claudico para zambullirme en las aguas lustrales
del Leteo.
Bato el incienso de la putrefacción, perfumo las almas
malolientes del caminante que llega al templo jacobeo,
solo para besar una espalda...