Angel Reyes Burgos

Tengo un amigo. Reflexión

Hace unos años, estaba desayunando en un bar y como siempre solo. Me sorprendió un señor con barba blanca que me agradó al instante porque me recordaba a un patriarca, me preguntó si podía sentarse conmigo que se sentía solo y le dije que por supuesto. Le pregunté por lo que quería tomar y me contesto que lo que yo quisiera, que el no tenia dinero para pagar y le dije que no se preocupara.

 

Me contó que era de Granada y que su piso de allí se lo habían embargado y estaba en la calle. Ese hombre me inspiraba confianza y me hacia sentir bien después de tantos años desayunando solo sin nadie con quien hablar. Al terminar yo, me levanté para pagar y le dije que me acompañara al supermercado. Me extrañó que su desayuno no lo habia tocado y le hice referencia a eso a lo que me contesto que el apenas comía...

 

En el super, a cada cosa que cogía le preguntaba que si le gustaba y siempre me decía que si, cogí más de lo que normalmente compraba pues quería invitarlo a comer, aceptó y me dijo...por cierto, yo me llamo Marcos. y me presenté, soy Ángel y terminando al pasar por caja, nos vinimos a mi casa.

 

Hacia muchos años que nadie venia a mi casa y me sentí muy bien escuchando otra voz que no fuera la mía, pero lo que más me gustó, fue que en mis conversaciones conmigo mismo, ya había otra persona que podía responderme y darme sus puntos de vista. Ya no era yo solo dándome la razón a todo sin cuestionarme si mi punto de vista era el correcto, el si disentía, me lo decía sin reparos.

Estuvo leyendo algunos poemas mío y sobre todo le impacto mi novela autobiografica, Al borde del abismo, en cada capitulo le veía surgir lágrimas y eso a mi me impactó por su sensibilidad. Entendí enseguida que Marcos había tenido que sufrir mucho en la vida y no quise preguntarle para que no recordara sus peores momentos, lo dejaria que saliera de el cuando necesitara contarmelo.

 

Le comenté el nuevo libro que estaba escribiendo, Dioses y religión, pero no me hizo ningún comentario, leyó un par de artículos del libro y se limitó a callar sin dar opiniones. Yo sé, que le hablé del nuevo libro porque yo mismo cambiaba continuamente de opinión que necesitaba contrastar. Se mantenía en su mutismo y no quise insistir.

 

Me extrañaba siempre que cuando comíamos, lo veia utilizar los cubiertos que se llevaba a la boca pero el plato permanecía lleno, al terminar la comida siempre hacia café y aunque se llevaba la taza a los labios, se la retiraba llena, no me explicaba eso pero no se lo comenté nunca, quizás porque no quería saber la respuesta...

 

Todos estos años cuando yo me acostaba, el permanecía sentado en la mesa del ordenador que tengo en mi dormitorio y con algunas de mis novelas, reflexiones o poemas en pantalla, me dormía con una paz que no había conocido nunca. Con su voz que parecía rota me decía, que descanses Ángel. Me extrañaba que en cuanto habría los ojos, el seguía allí sentado y leyendo. Una vez que le pregunté, me dijo que el no necesitaba dormir. No volví a preguntarle.

 

Una noche me desperté con un fuerte dolor en el pecho, lo veía allí sentado pero muy difuminado, parecía como transparente, intenté llamarlo pero la voz no me salia, quería pedirle el movil que estaba sobre mi mesa para llamar a urgencias, no conseguía levantarme, el dolor era insoportable, me faltaba el aliento, parecía que me estaban cogiendo el corazón en la mano y lo apretaran, sentía que iba a perder el conocimiento, me esforcé por llamarlo, Marcos...desapareció de mi vista y antes de que se me apagara la vida, me dijo, ahora vas a estar bien Ángel, no te preocupes por nada.

 

Antes de que todo se hiciera oscuro definitivamente, le dí las gracias en mi corazón a Marcos, ese amigo inexistente que jamás me había abandonado...

 

 Ángel Reyes Burgos

 

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