Viviana Vásquez.

Su reflejo en mi recuerdo.

Sabiendo que no serán sus hermosos ojos los que lean estas líneas, quiero confesarle que me enamoré de usted, y no es como suele ser, por una sonrisa, una carta, una sorpresa, una mirada ¡NO!, Fue porque usted me enseñó a amarme y amarlo, porque usted me supo levantar y esperar, porque no existió un sólo momento para dar lugar a un silencio incómodo entre nosotros, porque a su lado aprendí que el amor nos revive y nos da alas para sobrevolar en medio de los océanos y las tormentas.

Usted le dio luz a mis sombras, mató cada temor que me consumía, me armó de valor y fuerza, no me dejó sola en mis pesadas noches, me acompañó cuando nadie quería hacerlo, y aún con el cansancio que demostraba su ser, me dio lo mejor de usted y me enseñó a ver el mundo podrido, como el lugar en el que era necesario estar para poder existir como humano.

Amo sus ojos y su sonrisa pero no, eso no me enamoró; yo me empecé a enamorar de usted cuando me observaba sonreír y mirándome a los ojos con una sonrisa perfecta en sus labios, me decía que tal vez no terminaríamos juntos pero que, recordara que ninguna otra mujer sabía combinar tan bien el color de ojos con la sonrisa, como lo hacía yo.

Usted es, fue y será mi motor implícito para amar a otro hombre, porque antes de que la flor se cerrara  y usted se marchara, yo ya sabía que nuestro reloj de ilusiones llegaba a su fin y tenía que dejarlo emprender su nuevo camino, sin mí.

Sonría siempre, porque nadie se verá tan jodidamente perfecto como usted cuando lo hace.
Ah, y por cierto, yo sé que dudaremos para siempre; que habiendo tenido principio, nunca tendremos final porque jamás nos hicimos daño.
Me gustaría verle y ahí cerquita de usted, leerle estas líneas y escuchar de sus perfectos labios y voz, que también me ama tanto como yo.

Y no, la verdad, no lo echo de menos, porque usted siempre está conmigo y además, odiamos el tiempo.

Un saludo desconocido, amor de mi existencia.