José Adolfo Fernando

Improvisación nocturna para la San Valentín

No suelo mirarme al espejo a excepción de las mañanas cuando

mi sueño se despierta. Acomodo mis cabellos, mojo mi cara,

uno o dos estornudos y tres bostezos rezagados que no quieren

despertar. Tanto días, tantas mañanas, imposible bajarse

de las horas que nos transportan hacia el torrente que rebalsa las

represas del entendimiento. Un colibrí entero azul se posa

en el ángulo superior izquierdo de mi espejo, me canta.

Su canto desgrana como una fina llovizna

que humedece mis ojos de recuerdos corriendo por los prados

allí cuando una risa tan conocida gorjeaba y transformaba

el trigo aún verde, en campos de galaxias, de soles verdes

de trinos que recorrían danzando galopando con el viento.

Las campanas de mi reloj sobre mi mesa de trabajo suena

una vez, y otra vez, y otra y otra. El colibrí azul

cambió de esquina en ese espejo que mostraba el fondo

de mi memoria despertándose muy quieta, sacudiendo sus

pequeños abanicos con los que solía acomodar

sus recuerdos en lo profundo de mis pupilas. Desde su nuevo apoyadero el colibrí

retomó su canción , pero ahora, era casi una flauta de pan,

o flauta de caña que desahogaba sus notas graves

invirtiendo los arpegios de las realidades sonoras

en la monotonía del nuevo día. Besé a mi colibrí azul con mis

pupilas cerrándose sobre sus recuerdos espabilados

cantándoles un arrurrú para llevarlos

nuevamente, suavemente, de retorno al sueño,

mientras yo tomaba mi ducha antes de bajar

a mi eterno café y tostadas de una nueva jornada.

(jafsc,14 de febrero 2017. Port-Daniel)