Alberto Escobar

La Pasión De Sade.

 

 

Creo que mi condición aristocrática me jugó una mala pasada.
Me dejé embriagar por los efluvios que emergían de lo más
íntimo de mi sentimiento, tenía acceso a la crema de la sociedad
parisina de las Luces y quise granjearme la mejores mieles del panal.
Mis devaneos con los encantos femeninos desataron una procesión
satánica de desafueros que me llevaron a prisión por escándalo público.
Mi primera estancia entre rejas selló tal estigma de oprobio en mi
imagen que se precipitó, cual rosario que se desgrana, una sucesión
interminable de internados carcelarios que acabaron con mi precaria
salud, tanto física como mental, porque mis huesos restallaron exánimes
en un maldito manicomio en las afueras de Saint Maurice.
Lo único salvable de mi existencia fueron mis composiciones, que me
significaron árnica para mi alma dolorida de tanto sufrimiento.
Mis ciento veinte días en Sodoma y Justine, entre otras obras y opúsculos,
me ofrecian la salvación celestial que mis congéneres me negaban por contravenir
las leyes de la moral imperante y deslustrar las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia.
Mi vida fue el corolario ineluctable a una debacle existencial que no hacía justicia
a la loa que mereció mi obra en los siglos venideros.


Mi desgracia me es indigna
fui crucificado vivo
la moral sella maligna
un veredicto abusivo

Mis novelas son testigo
de mi larga procesión
de sufrires sin amigo
que me ofrezca solución.

Recorri toda la Francia
visitando las prisiones
fue la maldita constancia
la que acabó con el mito.
Los delirios de locura
echan el telón maldito