kavanarudén

Cuando duele vivir

 

Abro mis ojos cansados.
Conozco a memoria cada rincón de esta mi humilde habitación.
Muchos años he vivido, noventa para cerrar la cuenta,
diez en estas cuatro paredes, donde me hacen la visita,
sin perderme de vista, mis más lejanos recuerdos.
Solo Dios sabe cuanta soledad siento, desde aquel día inclemente y frío que perdí al amor mío.
Fue tanto mi gran amor, que siempre le pedí al Señor,
que aunque se me partiera el alma, su partida fuera calma, alzando el vuelo primero, sin que viviera muy certero, el dolor de mi ausencia.
¡Cuán intenso este dolor, después de 50 años de amor!
Mi plegaria fue escuchada y ahora cada madrugada,
espero sin desespero, la muerte que tanto anhelo.
 
En el silencio puedo escuchar las horas en su lento gotear, haciendo más fatigoso y pesado mi respirar.
¿Qué esperar? La misericordia Divina, que se manifieste bienvenida en el venirme a buscar.
Que pueda  finalmente descansar,  librarme de este pesar.
 
Fotos cuelgan de mi pared y en mi mesita de noche,
el deseo sin reproche, de retener el tiempo,
recuerdos que al final, no sirven sino a ser más pesante
este mi vivir constante.
Rosa me llamaron, hermosa rosa fui un tiempo,
que di vida a seis renuevos, que fueron mi gran consuelo, ahora se encuentran lejos, haciendo más pesante mi esperar incesante.
 
A través de la ventana, veo el cambio del tiempo,
días se suceden, grises, alegres, tristes, luminosos,
mientras que en mis manos agotadas y heridas por mi calvario, paso y repaso las cuentas del rosario.
Es certera y gran verdad, que cuando se envejece, todo se nos va, solo Dios viene a nuestro encuentro.
Llevo con dignidad esta cruz de mi vejez,
ofrezco con altivez los dolores que me aquejan,
por aquellos que se alejan, por quien doy fastidio y se quejan.
 
Te pido con insistencia, Padre de inmensa clemencia,
pon fin a esta mi lenta agonía, te lo pido con porfía,
mas no quiero importunarte, solo quiero amarte,
y finalmente poder adorarte, en tu presencia constante.


 
Fue la última oración de aquella rosa marchita,
que se fue muy tranquilita, sin penas y sin prisa,
iluminando con su sonrisa y sin sombra de desenfado,
como a quien ve al amado, que le hace la visita.