Alejandrina

Grillo mío

 

Esta música,

este trino terrestre que se acuna en mis oídos,

tiene algo de misterio y súplica, de reencuentro y soledad.

 

Jamás te he visto pequeño mago,

pero yo sé que estás ahí, ébano de luz,

tu caricia de ámbar levita en el silencio de mi hogar.

 

¡Ah, cómo enciendes los leños de la música!

En estas horas lentas en que mi corazón,

da vueltas como las sílabas de un carrusel.

 

Eres el inefable verdugo de mis nostalgias;

mis dolores palidecen

frente a este poema de amor y melodía.

Mirabel celeste,

lunita de agua tras las colinas de mis senos,                  

café de besos en los labios de las sombras.

 

Ven con tu fanal disperso,

con tu brisa de alfalfas lejanas,

y muéstrame el panal de tu guitarra.

Metáfora del violín,

bardo que irrumpes con tu gaita de azúcar

por los escondrijos de los muebles.

 

Qué alegría es tenerte en mi morada,

olvida aquí tu sed de madriguera.

Tu oración es una perla arrodillada

en la cascada de mis manos.

Quiero subir al cielo por los hilos de tu sol atávico,

mientras afuera la noche…

como una loba de sal, se pasea entre los mendigos.

 

Ven pequeño ermitaño, coquí de los laberintos;

yo también como tú, buscando el amor,

ardí de melodías al roce y tacto de una boca:

pero en cada rosa gaviaron las espinas.

Solo me queda tu trino y tu comparsa,

y este tallo de luna golpeando en mi ventana.

 

Alejandrina