Teo Revilla Bravo

ACERCAMIENTO A LA OBRA DE ARTE.

 

Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca. Izan observa el reverso de una de las obras.

 

 



ACERCAMIENTO A LA OBRA DE ARTE.

 

El arte es mucho más que la técnica. La técnica se puede enseñar, es esencialmente racional. Se puede explicar razonablemente el manejo de una máquina - ¡Cuidado, digo el manejo, no el invento! - , pero no se puede transmitir a otro cómo usar la gubia para conseguir unas determinadas curvas en la madera. Se podrá explicar cómo trazar la curva, pero nunca será igual a la conseguida por un artista. El conseguir una obra de arte requiere algo distinto, algo que, para mí, constituye el secreto de la vida, lo no transmisible de la vida.

José Luis Sampedro

 

 

     Nos acercamos a la obra de arte, consagrada por el tiempo, con cierto tiento, expectativa, admiración y mimo. Queremos desentrañar, de este modo, lo de extraordinario, mágico y misterioso que tiene, avalados por la información que previamente disponemos. Pero la verdad es que la apreciación objetiva de nuestra reacción cuando estamos ante una obra concreta y apreciada, es mucho más compleja de lo que a priori nos parecía, pues antes de contemplarla en su asombrosa realidad, ya la precedía la fama en nosotros desde tiempos atrás. Por tanto, llegamos para bien o para menos bien, subordinados y coaccionados por esas premisas, limitados pues inexorablemente esa fama influye de un modo u otro en el efecto que habrá de causarnos su observación. Hay obras a las que se llega con ardiente fervor, con devota peregrinación, y, en ese clima psicológico de aventureros del arte, cualquier reacción ante ellas es posible. El caso es que existe una correspondencia de la obra y su admirador, que suele ir supeditada al éxito obtenido precedentemente, a criterios de calidad, a la difusión y comercialización: llegamos ante ella fuertemente limitados, sugestionados y obstaculizados por supuestos valores.

No sucede lo mismo con el arte actual. Estamos ante un momento en que el mundo del arte sufre una revolución de formas, de tendencias, de estilos, de un no saber bien a dónde se va o se pretende ir, ya que todo o casi todo, aparentemente al menos, cabe. Es por eso que toda pregunta al respecto, cobra un interés y un significado especial. Cada espectador mínimamente preparado en esta habilidad humana que llamamos arte, se comporta a su manera,  se abre a la libertad, siente curiosidad, asombro, alegría, repudio o  indiferencia; juzga, opina, recomienda, alega. Dicen que existen tres tipos de perfiles entre el público del teatro, aspectos, pienso yo, que podríamos aplicar también en el contexto artístico que nos ocupa: el acomodado (que disfruta de todo tipo de obras), el popular (interesado sobre todo en lo más conocido y comercializado) y el intelectual (con especial predilección por lo más sorprendente, genuino, significativo, aparentemente más intelectual y menos conocido). El Público ha acabado por ser protagonista, un elemento esencial, alguien que delibera y tiene algo que decir sobre lo que está viendo o aconteciendo en el mundo del arte, pues cree poseer criterio propio. El espectador, ante la obra, se pregunta en qué se tiene que fijar especialmente, qué es lo que tiene que interpretar o relacionar de lo que está viendo, qué añadiría o cambiaría si tuviera la posibilidad, qué le emociona, etc. Y lo procura, pues está decidido a intervenir al decidir un día que es lo que debía aprender, acordar, integrar, reflexionar, motivar, disfrutar, cuestionar, valorar y sustanciar en conocimiento y técnica. Hay, por tanto, una interactividad al respecto, ligada a la educación personal, ojala que  también ligada a la escuela y a los valores familiares recibidos. Educación sobre materiales, colores, formas, técnica u otros medios elegidos por el artista, educación llegada a través del impacto que obtiene con cada imagen recibida, que observa añadiendo provecho y sensibilidad a lo ya obtenido. En la involucración del espectador, en el jugo que saca de lo que observa, en su interés, radica la diferencia entre la idea que queda del arte obtenida mediante la manipulación o el manejo escrito de una crítica llamada especializada, así como la visualización machacona de una imagen difundida por los mas media, y el que se consigue libremente mediante los ojos que miran, el cerebro que coteja, actúa y relaciona, y el corazón que siente con gran emoción, todo eso que dan razones al artista (o a la obra) para creer en sus virtudes y verdades.

Pero, aparte de lo dicho que ayuda, hay una gran verdad que no se puede obviar: solamente contemplando arte se aprende a observar y a valorar el arte.

 

Barcelona. Enero de 2017.
©Teo Revilla Bravo.