RICARDO ALVAREZ

1-   CASCABELES 2- MIL SOLES EN LOS OJOS

 

     1-             

 

En la abadía  de los bosques

emergen benditos manantiales,

agua que riega mis arboles

de raíces divergentes,

Veo mi planta de nogales

creciendo junto a dulces parrales.

frutos de ocales maduros

que en mi boca  vierten el zumo

del producto disuelto en mis regiones.

 

Amor, abracémonos tiernamente y  sin quejas

como el ñandubay que no se dobla ni agrieta

y la armonía del llar estalla cascabeles,

como un dulce tambor trona por las venas.

 

Cascabel. de diez cabezas son las raíces de la higuera

que exprime ocales en la copa de constelación sureña.

Que nos oprima el verano con sus cascabeles corceles

que nos embanderen los terrones de la tierra

y en mitad del éxtasis que nos cautiva

arden los corazones en la pira del deseo.

 

Conversión  que separa los lindes  del tiempo invernal y tierno.

Rojas cintillas de bosques  cerezos

iluminan  esta mensura sin tiempo.

Fusión de dos cuerpos, retratos de leyendas

Alguien llera una línea de estas letras

y hace un templo con círculos de columnas de seda

donde las sombras se aparean en una sola silueta

bebiéndose los licores que los labios destilan en un beso plegado.

 

 

 

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2-     

 

Esta preciosa mujer de mano cándida

que recorre mi cuerpo,

tiene la luz de mil soles en los ojos

y el curruco sutil de la paloma.

 

A contraluz reflejan cara y pelo,

la vendimia fructífera en los dedos

y en las hebras acicaladas

refulge el trigo sustancioso.

 

Tiene labios de cielos azules

que besan mis frutos maduros,

con signos indescifrables eriza mis zonas

y a la piel con plata del aire roza.

 

En Lenta lluvia de diez gotas de agua

moja el alfeizar que cubre el esqueleto.

Es urdimbre de campanas y salmos

y su boca alba nada sabe de la nieve,

ni del calado vuelo repentino del zopilote.

 

Tal vez esta mujer es la que al lecho

uno a uno desgrana mis elotes,

porque su aliento a begonias reconozco

cuando el suspiro musita sobre los hombros

y la brisa repite su nombre cierto.

 

Alcanza mi tacto dígito

porque aún sin manos advertiría

los sinuosos meandros en la cintura

y el elixir de su savia recorriendo mis horizontes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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