Sentada, contemplando la luna, tomo un sorbo de mi café, mientras me pongo a pensar en la menuda escena que se armó anoche en casa de mis vecinos.
Jacinto le confesaba a Florencia que tenía una amante, más joven, más guapa y menos cantaletosa. No podía evitar escuchar los estremecedores sollozosos de Florencia, las lágrimas se esparcían por todo el lugar como una lluvia garrafal, mientras los demás observaban detrás de las cortinas, deseando chismear.
¡Maldito Jacinto, me has arruinado la vida! Gritaba ella muy enojada, mientras el malnacido cogía sus maletas, ignorando su dolor.
Anoche llovía en casa de Florencia, se marchitaba en el oscuro de la noche, todos la oíamos llorar.
Tomo otro sorbo del café, me sabe amargo como el drama de Florencia. ¡Qué vida la que tienen los perros! Sufren y gimen a la luna, se van con la primera perra que se encuentran, en cambio yo, que soy tan gata, no sufro de a mucho, me vale que no me quieran, ya bastantes pretendientes he rechazado, el único gato bandido que me ha sabido enamorar se ha marchado; no duele mucho, los gatos caemos en pie, me quedan 6 vidas para enamorarme otra vez.