Alberto Escobar

Siempre...

 

 

Siempre quise militar con los caídos en el ocaso                           de lo posible.
Siempre quise brindar con los que olvidaron sus copas en un resquicio
de las tablas de la ley.


Siempre quise derramarme sobre aquellos que perecieron de frío
a la sombra del caballo que sumió a Troya en el preludio de la

                                                                                               fundación de Roma.

Siempre me sedujo la condición de perdedor de Eneas, que soportó
sobre sus hombros a Anquises para salvarlo del desastre y erigirlo
en testigo de excepción del nacimiento de un imperio.


He oido alguna vez, confundido con los graznidos de los cuervos
que anuncian los vientos nefastos de las Parcas, que la cólera de los
Dioses es pura patraña guisada al fuego del atontamiento               del Rebaño.
Siempre me he revelado a la palabra evocadora del Verbo.


Siempre me he opuesto a contestar a las preguntas                    de la Esfinge que
comulga con ruedas de molino, aquella que renuncia a su condición de
mujer por fundirse en las feromonas de la sumisión                                    bíblica.
Siempre enarbolaré la bandera de la buena fe aunque mi inocencia
muerda el polvo de la incomprensión del que ha padecido la ira de la
venganza.


Siempre me atendré a los resortes que disparan                                    mi sonrisa
y me hacen mirar al sol de frente, sin miedo a que me queme la retina.
Siempre voy a preferir conservar mi honra sin barcos, que disfrutar
del beneficio infame de calafatear barcos                                               sin honra.