Inexistente

Cantando junto al cenzontle.

No es que nadie me vea husmeando por la clarividencia.

Dos mirlos se marchan abrazados, riendo y cantando,

yo escuchaba, solo escuchaba.

En el licencioso discurso del viento el cenzontle se mecía

con sus alas crispadas para lograr el balance

ante el arremetimiento.

Y el discernimiento me era poco, me era parco,

tan obvio como la fortuna que nunca me quiso,

fortuna que no veo cerca de mí,

simplemente porque no la tengo.

Mas discierno sencillo, franco y libre como soy

en la jaula de este mi mundo,

como ese cenzontle pecho de cremora y de café costado,

de ese que les hablaba, cuando yo hablaba,

cuando yo pensaba, mientras él, ajeno cantaba.

Sus notas afinadas contrastando con el pasto seco

y las grietas sobre la humanidad de la humanidad

y su falta de abrazos -porque se han mutilado sus brazos

intencionalmente para no abrazarse-,

aunque de mucho nos falte.

En este mundo del cual soy, porque yo soy

del mundo, aunque este de mí no es, soy simplemente

un rincón que se alumbra de claroscuro según el momento.

Divago por él con mi pensamiento,

sometiendo cada sentimiento a la exposición

disoluta de mis recuerdos y de mis decisiones

y de mi actos; hoy presente, mañana recuerdos.

Como será reminiscencia, el canto del cenzontle

en el que hoy se ennota mi canto.