Juliana Agredo

BENDITA CANELA

El olor a canela me recuerda a casa y es que odio la canela, 

pero amo mi casa, los abrazos que habitaban en ella, 

recorrer los pasos no es lluvia, es anhelo,

la sonrisa destinada a nunca olvidar, el amor hallado en la pintura,

los rasgos, rastros, trazos, 

la música inevitable de escuchar cada mañana para cantarla en un grito sosegado absorto de inspiración o de un corazón un poquito triste conociendo el mundo, habitando la existencia escrita en un libro publicado hace poco más de treinta años, ya sabemos en que verbo termina, estar. 


El barniz rojo acompaña las uñas recién pintadas como sinónimo de fuerza, 

vaya a saber uno si es que adentrarse tanto puede servir para implosionar o para tomar quizá fortaleza, vaya a saber el mundo si es que está lleno de risas o de raíces poco profundas. 


Caminar entonces descalza es despertar afuera, en la galaxia donde las preguntas no son acertijos, sino verdades, la toma del cabello suelto un poco corto o quizá demasiado largo, siendo rebelde con el viento atravesando cada rendija de la ventana, para besarlo o follarlo. 


Leer las letras a veces ahogadas, a veces tan vivas,

las semillas florecen,

las florecitas se vuelven un poco azules y violetas,

los troncos de los árboles cada vez más café, más viejos y sabios.


Vaya a saber uno, pero en las nubes, se duerme mejor.