Vicente Martín Martín

Dime, vieja ciudad

         

               Tierra de santos y de cantos…

 

Dime, vieja ciudad, crisol de inviernos, dime

desde cuándo un muchacho que tuviera modales castellanos

se ha inventado un amor a la italiana

o ha habitado

una suite de habla inglesa,

desde cuando conoces en tus calles que vitrales y ojivas

bañados en luz verde se dediquen

a mirar de soslayo a los maestros cantores.

 

Jamás vieron tus muros arrogarse por nadie

mundos que no eran suyos,

jamás tocan

a muerte tus campanas cuando lloran los ángeles

la lujuria encendida de algún místico.

 

Alguien puede que viva a muchas leguas de ti y que no miente

su cuna cuando cante a su madre, alguien puede

que redima su angustia en otros mares

y en sus manos

pierdan peso tus piedras,

pero yo nada digo y si dijese

sólo a golpes de huellas sumergidas y zapatos de música

te diría mi nombre por que ¿sabes?

tú también me enseñaste que no es bueno gritar cuando no pasan

las aguas bajo el puente y se han quedado

obsoletas las leyes,

de ti llevo

la luz en sobriedad y amo los versos

sencillos del asceta y los sabores a nada

que salen de los grifos.

 

Dime, vieja ciudad, cuando te mueras, y a pesar de estar lejos

¿me llevarás contigo?

Porque debes saber que cada otoño que ocurre es más oscura

esta triste diáspora

y el miedo a la distancia también duele

como un olor a rosas que se arden.