argentino nadies

A NUESTRA MADRE

He buscado refugio en tus brazos con ahínco,

y a ampararme siempre se prestaron presurosos.

He hallado calor en tus caricias, que aliviaron mi angustia

y dibujaron en mi alma una sonrisa.

He descubierto que existe amor verdadero. El tuyo,

el más grande y auténtico en mi vida.

He encontrado respuesta a mi mundo de inquietudes,

pues siempre me infundiste fe, humildad,

responsabilidad y respeto sincero.

He vislumbrado en mi insignificancia la obra divina de Dios,

pues en ti madre, se perpetúa la Providencia del Señor.

He olvidado en mi ignorancia tu devoción, tu sacrificio

y tus desvelos. Cuando rezas y trabajas por darme un sueño duradero.

He comprendido tu esfuerzo brindado con tanto placer.

Y entiendo tu velo materno de cuidados que protegen mi mundo.

He sentido el llanto de tu amarga pena, cuando el destino

en su alocado galope me propinó una rodada.

Como no he de añorar tu voz. Si al desvanecerme en medio

del camino fueron tus palabras quienes forjaron

en mis nuevas esperanzas, y fortificaron mi alma.

Como no he de ansiar tu mirada. Si tus ojos

muchas veces cansados, siempre amor me ofrendaron.

Por todo lo que me díste, que nunca podré darte.

Por ser el ángel que me guarda, que de niño busqué.

Porque estás siempre dispuesta a escucharme.

Porque en tu falda puedo eternamente regocijarme.

Porque me asistes con tibieza en las cosas cotidianas.

Por tantas cosas hermosas que posee tu virtud de apostolado,

le pido al Señor de todos los cielos: ¡que por siempre

te bendiga Madre Querida!



octubre de 1998