J. R.

Nuestro hijo

Tú y yo somos treinta y tres meses
de paciencia y calor y costuras
sobre una capa de hielo denso.
Nada lamentan nuestros genes
consumados en el ser milagroso
que nos mira, desde su burbuja

de agua maciza, con ojos inocentes
o muertos, tal vez, dudamos a veces,
por la quietud de su silueta.


Cada equinoccio nos encontramos
con una vela a las puertas del frío
para buscar el calor de sus manos
y prender solsticios en la escarcha.
Hay nuevas grietas en el muro,                                                                                 

gotas nuevas bajan la montaña;
hay brillo nuevo en los ojos puros
del extrañado ser que nos extraña:


sabemos que lo que dudamos muerto
resiste y crece sin vivir todavía
y escribimos sobre su nacimiento
en el blanco de una lápida obsoleta:
reiremos, como dicen los esquimales,
cuando el verano convierta en río
nuestros meses inscritos en el hielo.


Tú en Zaragoza, yo en Berlín
y el pulso de nuestro hijo
congelado vivo
al sur de Champagnole.