J. R.

Los olvidados

\"Una sola puerta de tres, abierta.
Una sola puerta.
Enfrente, la montaña.\"

  Manolo Chinato

 

La puerta estaba abierta
y aún ardían los neumáticos
cuando llegué a la orilla de los sauces,
recreo de agua, de peces y de limo.
Allí no había un alma.

 

Con el sol ya más lejos que rojo
grité a las sombras largas
pidiendo la llave de mi cama.
Grité a las huellas, al sendero
de medias frondas y flores pisadas,
grité al aire inmenso y salvaje

como gritan los niños abandonados,
como los perdidos, como los olvidados
y el viento se apagó en mi última llamada:
silencio. Una mujer se levanta
de entre la hierba. Vapores
disipan sus nubes sobre ella.
Suspira. Sonríe altiva. No la conozco.
 

Algo se mueve y acaricia sus pies.
Una mano escala sus muslos.
Tras la mujer, sin levantar la mirada,
emerge un hombre diferido.
No lo conozco: es mi padre.