A. Martinez

Tú y yo solos.

 

Un día, enjuagué feliz mis ojos

en la caricia asombrada de tu rostro,

y quedé atrincherado

en el cortinaje audaz de tu cabellera,
en el instante donde todo empezó,
en el lugar donde se movió el cielo,
en el abrazo que nos esperaba;
tú y yo bailando hacia la cumbre,

tú y yo solos, solos tú y yo.

 

Nunca fui más mortal

que en ese instante con sabor a siempre,

cuando en las costas tu boca  

descubrí la inmortalidad.


Te llevé conmigo y me llevaste,

en un ir y venir desde los sueños
hacia el lugar donde se iluminan los deseos,
donde se maduran las mieles del vivir,

embarcados en un viaje sin rescate

ni retorno conocido,
y a besos dejamos escrito

(con ese idioma de sonidos sin palabras),

el poema corporal que nos debíamos.