Jorge Aimar Francese Hardaick

UNA PROSA DE AMOR II

El sol, rozagante, se adormecía sobre la verde hierva,

las primeras estrellas se aparecían, juguetonas,

con las últimas luces del día.

Tú, sentada sobre ese viejo y roído tronco de abedul,

con tus ojos perdidos en el horizonte,

parecían jugar a la escondida con las primeras dulces luciérnagas.

Yo, sentado a tu lado te observaba, te acariciaba con mi mirada, embelesada;

mientras seguías presa de esas lucecitas

que simulaban bailar un vals,

con sus graciosos movimientos.

Me levanté, di la vuelta al tronco, me paré detrás de ti,

con mis dedos peinaba tus claros cabellos,

mientras un ruiseñor nos regalaba sus últimas melodías en este atardecer.

Me incliné hacia delante para ver tu rostro,

seguías como encantada por un hada por esos mágicos destellos.

Giré en tu derredor y de frente a ti, me incliné,

me miraste alucinada; y fue entonces que tomando tus blancas manos de seda te pregunté

- ¿sabes realmente cuanto te amo? -...

tu sonrisa me acarició el alma y tus manos sostuvieron mis mejillas,

fue en ese momento que tus labios candentes, de cerezos,

humedecieron la ansiedad de los míos.

La cálida noche nos cubrió con su etéreo manto,

y la luna nos encontró bajo su blanco cobijo;

queriendo ser ella nuestro hijo.

 

Autor: Jorge Aimar Francese Hardaick

- Argentina - 28-11-2016

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