AL BORDE DE LO LEGAL
Papá y mamá
hablaban de su hija
pequeña en primera persona:
“me muero de aburrimiento
y no me dejan salir”.
“Qué no me esperen despiertos
pues no sé cuándo volveré”.
“¡Si no puedo estar con él toda la noche
me voy a morir!”.
La calle vacía de la madrugada
invitaba al ocio.
Mamá miraba por el balcón muy ociosa
pero también con el mal presentimiento
que siempre le llegaba algunas veces.
No era un estímulo para seguir viva
la actitud de la nena, apenas recibía unos besos
suyos de cuando en cuando
y una caricia cuando lo de la enfermedad
casi terminal. Unas palabras dulces antes y
después de salir por la puerta del piso
y sobre todo, la amargura de sentirse
inútil, ya amortizada,
ya frente a la edad de la jubilación.
“Que no se preocupen tanto
que de todos modos volveré cuando me apetezca”.
Ésta podía ser la última página
en el álbum de familia.
Papá, en cambio, se lo tomaba todo de otro modo
porque no era un ser apático ni desentendido
y aún ordenaba dentro de la casa.
Todavía sufría por no saber imponerse
a tiempo en estos casos, que le parecían
de la mayor gravedad.