Alberto Escobar

Filisteos al Poder

 

 

 

La Historia es una rueda de carreta sumeria

cuyos radios son las manecillas de un reloj

con ribetes de plata que yace detenido desde

que el hombre prueba las mieles de la Hélade.

 

La Democracia alcanza con Pericles su cima.

Las artes se inaguran para solo repetirse 

con el rodar de los segundos, con el mismo

qué, pero con distinto cómo según los gustos

del momento; volvemos a estar rodeados por

los mismos filisteos que poblaron Gaza en

pleno dominio egipcio, que ahora pueblan los

platós de televisión y los espacios mediáticos;

seres que vuelan hasta sus nidos en lo alto de

la montaña enarbolando las banderas de la 

ignorancia, que se preconiza por identificar a

una mayoría que se vanagloria de su

incultura.

 

Es tan poderosa esta cohorte de filisteos que

cualquier criatura virtuosa que, por azar,

recale en sus inmediaciones, se repliega de

verguenza por sentirse extraño, alienado,

diferente e indebido por que su arte no es

apreciable, a menos que se compense con

el vil metal.

 

Hay filisteos que abominan de cualquier

ejercicio que no sea traducible en pequeños

círculos con valor facial, que suponga 

pérdida de tiempo por que el tiempo es

dinero. 

 

¡¡No señores, el tiempo no tiene por qué ser

dinero!!

 

El tiempo son gotas de agua carbonatada que

se van traduciendo en estalactitas, yertas de

sonrisas imposibles, de vivencias perdidas, de

momentos que no pueden pagarse con una

tarjeta visa, de experiencias que amplían el

conocimiento de uno mismo y el amor a cada

célula de nuestro ser. 

 

El tiempo es amor, 

no es converible en

nada que nos limite.

Cuanto más tenemos

más presos seremos.

Lo verdaderamente importante

es lo que no se ve, lo que se siente.