Esteban Mario Couceyro

El rescate y la realidad

La música monótona se siente a lo lejos, en medio de rezos, lastimeros que inundan el aire desde los altavoces.

 

Dentro del vehículo el aire fresco, crea una atmósfera irreal, en la que los rostros de todos están tensos.

 

Las armas son parte de cada cuerpo, prolongación de sus pensamientos, todos visten ropas oscuras y los lentes uniforman las expresiones, que se alteran por las ordenes inaudibles que llegan a sus oídos.

 

Entre mis piernas, el maletín blindado se une a mi, con cadena y esposa, nadie puede violentarlo, sin hacerlo estallar.

Llegamos al mercado, la gente pulula a nuestro alrededor

inmersos en sus propios mundos.

 

Apenas podemos avanzar, todos se tensan sintiéndose en peligro, hasta que el avance se hace imposible, al quedar

rodeados de la chusma que intentan mirar y solo se ven a sí mismos en los cristales espejados.

 

Uno de mis acompañantes, grita, ¡es una trampa!

El conductor acelera, atropella el gentío

el vehículo, comienza a saltar encima de los cuerpos

el griterío, cubre los rezos y su monótona melodía.

 

Llegamos al punto de encuentro, donde dos camiones cortan la ruta.

 

Varios hombres rodean a su líder, nosotros bajamos y quedo frente a él, que en perfecto inglés se dirige a mi

-Veo que han tenido dificultades-

señalando nuestro vehículo, del que colgaban trapos flameantes, algunos teñidos de sangre.

-veo qué tan importante es este intercambio-.

 

Le muestro el maletín, preguntándole por la mercancía.

Es cuando aparece un hombre esposado, escoltado por dos combatientes.

Le saco la capucha y veo que es nuestro hombre, él me mira con espanto en medio de su cara deformada por los golpes.

 

Entrego el maletín y con recelo, subimos al vehículo.

 

El regreso, fue en silencio, con miradas vacías de rostros perlados y manos apretadas en las armas.

 

-El rescate, regresa-

dijo uno, como si hablara con Dios

yo sin poder relajarme, siento que el hombre rescatado

solloza sin ruido, ni lágrimas.

 

Entre tanto, pienso en el regreso, en el ruido del metro

el restaurante nuevo que me recomendaron y en ella…, por qué no en ella…, si la llamaré no bien regrese.

 

En un momento, nos desviamos del camino y a la vuelta de un monte, nos esperan, para llevarnos a lugar seguro.

 

Las aspas giran lentas, con un zumbido opaco, como los orantes de los minaretes.

 

Nos elevamos y recuerdo el amor, en sábanas blancas. Esa piel suave como sus palabras, que no recuerdo, las perdí pensando en este viaje, que te alejaba de mi.

 

Mis músculos se relajan con lentitud, mientras trato de recordar esas palabras.

Supongo que debo perderte, continuar en otras sábanas, esta historia que se escapa de la realidad, sin dejar de amar.

Ese lugar sano, sin riesgo, de palabras suaves como la tela de araña, que lentamente va ganando lo que no puedo dar.

 

El sueño me está ganando, quince minutos de vuelo bajo

entre montañas áridas, recuerdos inquietantes, rodeados de hombres rudos y un atribulado ser que mira fijo por la ventanilla, esperando lo peor en cada instante.

 

Los miro, con la curiosidad de saber cada uno de sus pensamientos, aunque poco me importan sus vidas, mientras me voy quedando dormido.