Horacio Armas

Un día de mayo

La mañanita y los primeros rayos de sol.

El café y el gran perro Golden,

el sol entre su pelaje.

La nubes, sus formas.

La gente de la calle,

la gente molesta,

la gente triste,

los borrachos,

los muertos.

La fatídica tarde.

La plaza y la personas,

las veo,

ellas no me ven a mí.

La música zumbando en mis oídos.

La gente va pasando,

jamás vuelvo a verlos.

El ocaso,

el cielo carmesí me devuelve mi niñez,

los últimos rayos.

El cielo raro,

la oscuridad,

la luz entre la oscuridad,

siempre está ahí.

La senda,

la gente que camina apurada,

los autobuses atiborrados de más gente,

los desesperados,

las parejas,

Las luces,

las luces de los autos,

van tan rápido,

tan hermosas,

nadie se percata,

están muy apurados,

incluso para vivir.

El frío.

El dolor de píes.

Mi pórtico,

la oscuridad,

amo la oscuridad,

la luz,

la hago aparecer,

soy Dios.

El perro Golden,

sin brillo,

le acaricio,

me sienta bien.

El cielo,

las nubes, sus estrellas,

el viaje onírico.

El fin.