nora carbonell

Teatro

No era feo el papel que nos había tocado. Pero sé que tú no te sentías cómodo en él, se te notaba cuando, puestos en escena, no podías ni mirarme a los ojos, aunque supieras que esas palabras habían sido puestas en tu boca porque así decía el guion. Pero te definían. Nos definían. Y dolían. Y sí, yo también pienso que puede que nos hubiéramos equivocado. Nosotros no somos de los que representamos los protagonistas de la historia, no, pero tampoco somos parte del decorado porque nuestros sentimientos son demasiado grandes para eso. Lo nuestro eran los personajes secundarios, no, más bien, lo nuestro eran los pasillos que unían los miles de camerinos, allí donde podíamos escondernos tanto de la realidad como de la ficción, donde todo era nuestro. Recuerdo la escena final. Si, esa en la que finalmente, a pesar de todos los peros, lo sacábamos, todo. Recuerdo también un sabor agridulce al representarlo. Era bonito el dolor que me producían tus palabras. E incluso por un momento deje que tomaran todo el valor que quisieran dentro de mi mente. Pero ahora sé que nada de eso era real. El juego terminó. Si, terminó en esa noche difuminada. Se terminó con los últimos aplausos y el cierre del telón.