De la lira,
 suaves notas,
 de aquel bosque
 fragancias mil.
 
 Un murmullo diáfano
 el viento acompañaba,
 fulgurante de colores,
 un camino dibujaba.
 
 Y eran tan fuertes sus notas,
 que de la oquedad de mi alma
 una exaltación la remeció.
 trémulo y eufórico
 dirigí mis pasos,
 con la férrea decisión
 de dar con aquella fuente
 de mí imaginación.
 
 La fuerte luz como en
 primer gesto, segó mí
 ser incorpóreo.
 
 Se develo los sentidos
 y efluvios emanaban de aquel
 camino.
 
Formaron con la luz unos
 velos que al pasar por ellos
 quebraron su pureza,
 me hallaba en ese páramo.
 
 ! Ah ¡ mi alma extasiada
 no se contuvo al ver
 la lira hecha mujer.
 
 El aroma de magnolias
 rosas y alelíes, el brillo
 de su alma tan dorada
 como el azafrán, y el
 primer amanecer del estío.
 
 
 ¿Me llamabas? Aquí estoy,
 en mí enmarañado cerebro
 te imagine y aquí estas frente
 a mí sonriente y feliz.
 
 Ella se volvió como en un
 ademan de musitar algunas
 palabras, pero su silencio,
 su presencia su estampa,
 lo decía todo.
 
 Y el vacío del abismo en
 que me hallaba sumido,
 esta alma, la mía,
 se llenó con la tuya.
 
 
 Extendí mi mano en mi delirio
 por tocar las tuyas, por acercarme
 y sentir tú aliento, tu cuerpo.
 
 Y maldije al tiempo
 porque todo se fue desvaneciendo
 desperté de mí insomnio
 que ya noches idas arrastraba
 y en mis devaneos te formé.
 
 La aurora como navaja fría
 me atravesó el alma, y sentí la
 carga pesada de otro día,
 de oblaciones y murria.
 
 ! Oh ¡ princesa mía
 cariño efímero, me queda
 el consuelo de esta noche
 volverte a ver,
 y así como espera la tierra
 árida el manto cristalino,
 así mi alma espera la tuya
 para volver a nacer.