Pepe Pnca

108. RELATO

 

 

 

108. RELATO

 

 

 

ARROJAR EL RESTO DE LA SANDÍA

(ANóNIMO)

 

 

 

Cuando aun era chico, la sandia aquí en mi tierra era una exquisitez y un placer que no todo paladar podía consumir, un manjar que solo podía ser adquirido por gentes adineradas. Un compañero de mi Padre, Ruperto, era un prospero mayorista de fruta y verduras que tenia su puesto en la plaza de mercado del 20 de Julio.


Cada seis meses, con las cosechas, cuando llegaban las primeras sandias, don Ruperto nos llamaba mi Papa y yo íbamos al puesto de su amigo y nos ubicábamos en ciertos lugares. Nos sentábamos en el borde de la acera, al pie del barullo de gente, nos complacía dejar descolgar nuestros pies sobre la carretera, y nos inclinábamos, minimizando el volumen de jugo que estábamos a punto de derramarnos encima. don Ruperto traía su machete, abría nuestra primera sandia, nos alcanzaba a ambos un gran pedazo y se sentaba junto a nosotros. Entonces enterrábamos la cara en la sandia, comíamos solo el corazón -la parte mas roja, jugosa, firme, libre de semillas y perfecta; y tirábamos el resto.


Don Ruperto era lo que mi padre consideraba un hombre rico. Siempre pensé que se debía a que era un hombre de negocios de mucho éxito. Años después. me di cuenta de que aquello que mi padre admiraba en la riqueza de don Ruperto era menos la sustancia que su aplicación. Él sabia cuando dejar de trabajar, reunirse con sus amigos y comer solo el corazón de la sandia.


Algo que aprendí de don Ruperto, a pesar de que no me cayera muy bien, es que ser rico es un estado de animo. Algunos al margen de cuanto dinero tengan, nunca serán lo bastante libres como para comer solo el corazón de la sandia. Otros son ricos sin tener mas que un cheque de sueldo por delante.


Solo vale la pena decir que si uno se toma el tiempo para dejar que los pies cuelguen sobre la acera y disfrutar de los pequeños placeres, su carrera probablemente será abrumadora.


Durante muchos años. me olvide de esa lección que aprendí de niño por aquellas aceras de la plaza de mercado. Estaba demasiado ocupado haciendo todo el dinero que podía. Bueno la volví a aprender. Ahora tengo que alegrarme con los éxitos de los demás y para disfrutar del día. Ese es el corazón de la sandia. He recordado a arrojar el resto. Por fin puedo decir que: ¡soy rico!