Alastor Salazar

CinturĂ³n de castidad sabor alcohol.

Ella.

Ella me conoció en un bar.
Yo ebrio.
Ella sola.
Derramé alcohol en sus jeans negros.
Estaba mareado.
Ella furiosa.
Le dije que era su culpa.
Me dijo que era un imbécil.
Le pedí que me disculpara, le dije que yo gustoso se los podía quitar.
Yo estaba muy ebrio.
Ella estaba muy sola.
Me pidió que me largara….y que me jodiera.
Me largué jodido a otra sala del lugar.
Me miraba a lo lejos.
Encendí un cigarro.
Parecía que esperaba a alguien.
Parecía que yo extrañaba a alguien.
Le temblaban las manos.
Me revolvía el estómago.
Acabó el tarro.
Acabé el cigarro.
Volvió a mirarme.
Volví a disculparme.
Me dijo su nombre.
Le dije el mío.
Estudia economía.
Estudio psicología.
Tiene 19.
Yo tengo 20.
Me dice que gracias a mí huele horrible.
Le digo que es mejor que su perfume barato.
Reímos.
Pregunta lo que hago ahí.
Le digo que mi pasatiempo es tirar Heineken en los pantalones ajenos.
Me mira desconcertada.
Le regreso la pregunta.
Se sentía sola.
Le miro.
Abre sus ojos cafés como si fuese un ciervo y sonríe.
Le propongo salir por un café y huir de ese basurero.
Dice que hace frío.
Le digo que no importa, que use mi chaqueta.
Se ve insegura.
Le digo que de querer secuestrarla ya la hubiese drogado, que dejé el cloroformo en casa.
Me dice que le da gusto saberlo.
Le pongo mi chaqueta.
Salimos.
Brinca los últimos tres escalones.
Trato con más cuidado no romperme él hocico.
Ella se ríe.
El aire frío golpea mi cara, me dan náuseas.
Ha llovido, las luces de los faros contrastan con el suelo mojado.
Ella dice que le gusta como las calles toman ese aspecto de pintura antigua.
Le digo que parece más de fotografía moderna, que le da a la ciudad un aspecto barroco.
Caminamos dos cuadras.
Tararea “Hey jude” de los Beattles.
Le digo que odio esa canción.
La canta más fuerte, casi la grita y brinca entre los charcos.
Parece una niña, la miro con atención.
Pregunta si siempre he sido tan amargado.
Brinco en un charco grande y le salpico las rodillas.
Ríe y me pregunta si tengo algún problema con su pantalón.
Le digo que sí, que todavía lo tiene puesto.
Da una patada fuerte al agua, me moja la playera, el frío golpea mis náuseas.
Es justo.
Entramos a la cafetería.
Toma mi brazo, damos la impresión de una pareja que lleva bastante tiempo.
Ella escoge la mesa, se ve emocionada.
Yo le sigo.
Me dice que le gusta el café amargo.
Le digo que a mí también.
Hablamos sobre nosotros mismos, buscamos impresionar.
Le gusta el negro.
Me gusta el azul.
Le gusta escribir.
Me gusta leer.
Le gusta ballet pero se frustra por no poder practicarlo.
Me gusta escribir pero me frustra no poder publicarlo.
Le gusta correr.
Me gusta el boxeo.
Dice que eso explica mi cara deformada y ríe.
Pide un capuchino sin espuma.
Pido un café negro sin azúcar.
Por el momento es todo.
Dice estupideces y juega.
Escucho sus estupideces y río.
Llega el café.
Tiembla su cuchara.
El humo del café me relaja, ya no quiero vomitar.
Le digo que se ve preocupada.
Me dice que me veo menos repugnante.
Le pregunto sobre su historia.
Dice que está cansada, que quiere irse de la ciudad, que no le gusta sentirse sola, que quiere recuperar el afecto de su madre, perdonar a su padre, que quiere conocer otros lugares, que quiere bailar, que su novio la cambió por una zorra que no hace ni lo mínimo por él, que se siente defraudada y que acumula odio, que quiere cosas nuevas, vengarse de ese hijo de puta, comprar ropa, estudiar otra carrera, sentirse viva…
Queda en silencio.
Me mira.
Con su pie acaricia mi rodilla, me pregunta sobre mi historia.
Le digo que me gusta el cine, que siempre que me voy de la ciudad regreso, que quisiera mi propia familia, que me gusta acampar, que no se bailar pero que me gusta moverme con los ojos cerrados y la música alta, que a mí igual me dejaron por un pendejo que la hiere y que no le tiene la mínima consideración, que me siento enojado, que por más que desee golpearlo el karma hará lo suyo, que me gusta abandonar las ciudades, gastar en ropa, alcohol y libros, que el mundo está lleno de hijos de puta que a menudo se vuelven el amor de tu herida, que busco sentirme menos muerto…
Ella pone atención a todo, no hace preguntas, sonríe.
Le miro con desconcierto.
Quedamos en un cómodo silencio.
Retomamos los temas estúpidos.
Comprendemos que es necesario.
Bebemos despacio.
Mira mi muñeca, la toma y besa las heridas de quemadura por cigarro.
No hace preguntas.
Dice que ella tiene cortadas en las piernas.
Le digo que es una lástima no poder besarlas.
Dice que es una lástima que no lo pueda hacer.
Reímos penosos.
Nos miramos con atrevimiento.
Hago un movimiento y la mesa se mueve, cae café tibio en su regazo.
Asegura que odio sus jeans.
Le digo que sí, que huelen horrible.
Me da un golpe leve en el brazo.
Me disculpo y con una servilleta limpio los rastros de café.
Dice que soy un imbécil.
Le digo que no es la única que lo cree.
Se disculpa, toma mi mano.
Es tarde ya, se escuchan truenos.
Le pregunto si sabe a dónde van todas las cosas salvajes.
Me contesta que todo lo salvaje termina por quitarte toda la miel.
Me genera una gran sonrisa.
Me entiende.
La conocí en un bar.
Pago y salimos a caminar.
Sujeta mi brazo.
Llueve.
Truena.
Nos refugiamos en la carpa de un local cerrado.
Respira agitada, nos miramos.
Me acerco y la beso.
Me muerde los labios.
Aprieto su cadera.
Mete aire caliente en mi boca.
Dice que ya es muy noche, que le da miedo ir sola a casa, me pide que la acompañe.
Tomamos un taxi.
Aprieta mi mano.
Rodeo mi brazo tras su cuello y acaricio su hombro.
Las luces de la ciudad se apagan.
Bajamos del taxi.
Respira nerviosa.
La miro caminar.
No logra meter la llave de la pensión.
Le digo que ya está muy ebria.
Me pide que me calle.
Entramos y subimos los escalones hasta su departamento.
Su cabello está mojado y se pega a su cara.
Abre la puerta y se gira hacia mí, me pide que la cierre.
La cierro con una patada.
Me mira retadora.
Me acerco acechante.
La cargo.
Enreda sus piernas en mi cintura.
La beso salvaje contra la pared.
Sujeta mi cabello.
Acaricio su espalda.
Le muerdo.
Me lame.
La llevo hasta su cama.
Se aferra a mí cintura.
Me quita la camisa.
Le quito la blusa.
Mira mi tatuaje.
Miro su ombligo.
Desabrocho su sostén.
Desabrocha mi pantalón.
Beso sus senos, muerdo sus pezones.
Gime.
Bajo.
Acaricia mi cabello, cierra los ojos.
Bajo con la lengua, rodeo su ombligo.
Estiro mis brazos hasta sus senos y los aprieto.
Apoya sus manos con las mías, le gusta.
Me gusta.
Su respiración se acelera cada que voy bajando.
Meto la punta de mi lengua en su ombligo, lamo los bordes.
Le escucho quejarse de placer.
Desabrocho sus jeans negros.
Se apresura para quitarlos.
Los aviento.
Acaricio sus piernas.
Beso sus heridas, las lamo.
Sonríe.
Bajo despacio sus bragas.
Se sujeta el cabello.
Acaricio la parte externa de sus piernas.
Le gusta.
Beso la parte interna de sus muslos de lado a lado.
Gime, suspira.
Con la punta de mi lengua lamo su sexo, lo pruebo.
Aguanta un grito fulminado en queja.
Le pregunto si se sabe el abecedario.
Parece no importarle lo absurdo de mi pregunta.
Muevo mi lengua de arriba hacia abajo…”A”
Tensa las piernas.
“B”
“C”
“D”…
“E”
“F”
“G”
“H”
Gime más fuerte, repite mi nombre.
Me gusta.

“P”
“Q”
“R”
“S”
“T”
“U”
“V”
“Y”
“Z”
Pronuncia palabras sin sentido.
Le miro y me levanto, limpio mí boca.
Me quito el pantalón.
Me mira.
Me quito el bóxer.
La conocí en un bar.
Me pongo sobre ella, se muerde los labios.
Le arrebato un beso.
Muevo mi sexo sobre el suyo.
Gime de deseo.
La torturo.
Le gusta. Me gusta.
Penetro su sexo y me muevo lento, araño su vientre.
Sus gemidos son agudos.
Respiramos al par, agitados, deseosos.
Me pongo sobre ella y aprieto sus senos.
Rasga mi espalda.
Muerdo sus hombros.
Dice mi nombre.
Su piel ya no está fría.
Me muevo más rápido, más profundo.
Acaricio su rostro.
Acaricia mi pecho.
Aprisiono sus manos.
Me mira y cierra los ojos.
Me muevo más rápido.
Quema.
Me separo.
Se da media vuelta.
Lamo la parte baja de su espalda.
Se pone sobre las rodillas y abre las piernas.
Aprieto sus nalgas.
Sujeta mi pene con sus manos.
Lo mete dentro de su sexo, gime.
Sujeto su cabello y lo jalo hacia atrás.
Se mueve conmigo.
Ella voltea y me mira, sonríe.
Sujeto sus hombros, voy más rápido.
Abre la boca, un sonido sordo.
Con una mano su hombro y con otra su cadera, la aprieto.
Ella grita.
Respiro agitado, rasguño con la mano en su hombro levemente hasta su cadera.
Ella se mueve más.
Sudamos, chocamos.
Me dice que me separe, que es su turno.
Me acuesto sobre la  cama.
Se coloca sobre mí.
Miro su plenitud.
Se acomoda.
Acaricio sus senos.
Se mueve sobre mi pene.
Golpea.
Mi respiración se satura.
Baila.
Aprieto sus senos.
Arquea la cabeza.
Rodeo con mis brazos su espalda, gime más fuerte.
Acelero el movimiento, acelero el golpe.
Afuera llueve, dentro igual.
Clava sus uñas en mí.
Clavo mis garras en ella.
Nos movemos doloroso y rápido.
Nos unimos.
Grita, se arquea.
Abro la boca y suspiro.
Llora, suda y sonríe.
Miro su caída terrorista.
La cuido.
Respira cansada.
Su cuerpo suda.
La acaricio.
Me acaricia.
Mira sus ojos.
Me besa la boca.
Nos separamos.
Nos cubrimos desnudos con una sábana caliente y húmeda.
Abraza mi pecho.
No hay palabras.
La conocí en un bar.
Dice que le gusto.
Le digo que me gusta.
Pide que escape con ella, que quiere largarse.
Le digo que la puedo arrastrar a mi infierno.
Dice que quiere arder conmigo.
Me pregunta a dónde van las cosas salvajes.
Le digo que nos quitaremos toda la miel.
Se nos va el tiempo.
Dice que me ama.
Dice que fue rico.
Dice que no quiere sentirse sola.
Dice que va a besar mi heridas.
Dice que va a hacer más profundo mi infierno.
Le agradece a los astros que esa chica me haya dejado por ese pendejo.
Me hace sentir completo.
La hago sentir menos sola.
Dice que el amor es literal, que me ama desde que besé su alma.
Yo prometí ya no amar a la ligera, no le contesto pero le sonrío.
Dice que parezco una persona muy triste.
Digo que siempre fui azul.
Dice que quiere regresarme a mis tiempos de gloria.
Acaricio su cabello.
Dormimos abrazados y desnudos.
Cierro los ojos y su cuarto blanco se evapora.
Duermo tranquilo y ella a mi lado.

Despierto.
Despierto.
Despierto agitado.
Sin nadie.
Sin ella.
En mi habitación roja.
Por las ventanas escurren gotas de lluvia.
No está.
No estuvo.
Me levanto.
No estará.
No existió.
Me limpio el sudor de la frente.
Maldigo de nuevo.
Reconozco la realidad.

Voy a la cocina.

\"No olvides que al despertar
siempre hay cuchillos en el cajón\".