Juan M. Gámez Ortiz

Desiertos asfaltados

Nubes de asfalto incongruente y frío adornan las aceras
mientras discurren cabizbajos los peatones
con su triste rutina sobre ellas.

 

Cielos de acero en plancha que cercenan las vistas
para que no podamos escapar de las miradas
que ya no nos miran nunca.

 

Caminos y áreas verdes y mustias que dan risa
intentando rescatar el verdor de la añoranza
de esa vida respetuosa que no vivimos.

 

Caminando por las aceras de asfalto
bajo la herrumbrosa mirada del cielo
acaricio los brotes verdes de mi alma
y no encuentro más que miradas que pasan.
Los ojos, ese gran desconocido que atrapa,
nadie los ve al otro lado de su cara.

 

Paredes de ladrillo que se reproducen a ambos lados
mientras, en la calle, un acordeón sigue tocando sólo
la misma melodía que hizo temblar sus cimientos.

 

Acequias y fuentes de la vida tapiadas y escondidas
bajo los muros de bellezas mucho menos monumentales
que erigieron ególatras ensimismados y soñadores.

 

Velocidades vertiginosas, tímidas y esquivas que no soportan
cruces de miradas dulces y sonrisas mientras se miran,
porque nunca serían capaces de salir de su rutina.

 

Sostengo paredes de ladrillo visto desvestido
entre las acequias que ya no fluyen a las fuentes
mientras me cruzo con miradas veloces que me evitan
y no encuentro más que miradas que buscan ayuda,
que están gritando con los ojos por salir de su rutina,
y me digo: \"A lo mejor, es a esos ojos a los que nadie mira.\"