Ivan Medvedev

El rayo del sol

Eran las seis de la madrugada,

Levemente las estrellas coruscaban,

Por la plaza ancha, despoblada

Unos hombres tristes avanzaban.

 

Apagábase la luna; ya el día

Con su luz la tierra inundaba,

Ya el alba bermellón ardía

Y el sol la vida renovaba.

 

Las ventanas y los techos de las casas

Y las torres de las viejas catedrales

Se tiñaron del color de unas brasas

Que brillaban en los ventanales...

 

Los talares negros, caminando,

El portal del templo alcanzaron,

Santiguándose y glorias rezando,

Al antiguo edificio entraron.

 

A la misa del alba llegaron;

Y, la sala larga traspasando,

En el banco delantero se sentaron,

Los problemas mundanales desechando.

 

Unas voces en perfecta harmonía

Los ruegos a los cielos elevaban,

Unos rayos de la fresca luz del día

Por los largos ventanales penetraban.

 

El pequeño grupo taciturno

En penumbra de la catedral sentado,

Contemplaba el brillar del sol diurno,

Por los rayos en el piso dibujado.

 

Y estaba entre ellos un severo

Viejo que rezaba, entregado,

Con tranquila alma de acero,

Muy ausente y ensimismado.

 

¿Qué bueno en masacres cometidas?

¿Si la maleza o la vida fue quemada?  

Por ánimas en fuego consumidas

Fervientemente reza Torquemada.

 

El dulce son del órgano llenaba

La sala prolongada semillena,

El viejo erudito ponderaba

La sangre y desesperación ajena.

 

De pronto levantó su vista fría

Al tope del retablo adornado,

Y vio que en la cima se erguía

La santa Cruz en el fulgor dorado.

 

Y viendo al Señor crucificado,

Se recordó el duro den Tomás

Del mandamiento por Dios Padre deparado

Al ser mortal: no matarás.

 

“Mas Dios, yo he llevado tu palabra,

En fuego y acero encarnada,

La herejía, esa falsedad macabra

Severamente fue erradicada;

 

Ya siendo joven prometí ser defensor

Del indefenso y traicionado,

Del dulce y callado redentor,

Por hombre traidor crucificado.”

 

Así, inmerso en la oración

El Gran Inquisidor reflexionaba,

Semidormido en meditación,

Los hechos de su vida repasaba

 

Y en el suelo de la vieja catedral,

Sereno, plácido y refulgente,

Entrando por el grave ventanal,

Brillaba un rayito indolente...