ivoascurra

SediciĆ³n

No puedo hacer nada, atado.

Soy quietud que se mira, otra vez.

Porque hasta hoy parece que no hice más que esto:

dar vueltas y vueltas sin saber dónde parar, cuándo

empezar a terminar las mismas querellas.

Soy otra vez el burro que se patea,

la voz ciega que pide agua en su desierto,

el héroe siempre impostado, vencido, de esta tragedia.

 

Ahora el mismo vértigo de escribir; acrofobia dicen,

pero más miedo que altura, digo,

son los versos que apuran, creo,

más ruido por dentro que silencio por fuera,

más hueso que carne, más profundo, más palabras…

Y cuando me lea, ¿qué perdón tendré?

 

Peino mis ideas para no verme calvo.

Hay que estar podrido de sentarse y esperar

para no tener ni un solo testigo

que al menos diga “qué calor”

que al menos te escuche incrédulo, te mire apenas,

te peine siquiera el flequillo hirsuto.

 

Entonces vuelvo por el panteón blanco

donde voy minando con mis ansias cansadas,

vuelvo sobre este cuerpo que promete ser cadáver,

esta lámina de paz que me mira con un millón de ojos

que me desatan y me empujan los instintos

a esos bordes de espuma revuelta

donde brotan mis manos como bombas

que escriben sin dedos, con fuego,

al son de la pólvora que el poema estalla.