la flaca

Visceralmente hablando!!!

(La vida en la palabra)

 

No le gustó lo que dije, me pareció que no encontró la forma de digerirlo, muchas veces no les gusta lo que digo, no había nada extraño en la incomodidad esa noche, hasta ese momento yo tenía la ventaja, hasta ese momento yo ganaba otra vez, pero a punto de deleitarme en mi victoria como un marrano se place en su charco de inmundicias, se levantó, se vistió y se preparaba para nunca regresar, fue cuando esa visceral sensación me tomó por sorpresa, yo no ganaba nada, estaba en la orilla de un precipicio a punto de perderlo todo, todas mis entrañas retorcidas al mismo tiempo me lo decían y hace mucho que mis tripas son más fuertes que mi razón, soportan todo, incluso a mí misma.

 

No me levanté, no fui hacia él y me disculpe como la razón lo exigía, no busqué una excusa mediocre para lo dicho, no justifiqué mi posición y no fui capaz de retractarme, sólo vi como ponía las llaves sobre la mesa y cerraba la puerta, se fue y yo tenía la ascosidad irremediable de verme a mí misma, de sentir como todo mi interior subía hasta infestar mis fauces con ese olor a saliva, a fiebre a infección, como si tuviese mi estómago y mis intestinos pegados en mi garganta haciendo fuerza para salir, sentía el hedor de la sangre en alguna parte de mi cabeza, estaba envuelta en un sudor frío y pegajoso que me hacía temblar inmóvil en la misma posición, y pude reconocer el miedo que me daba la derrota.

 

Las palabras siempre destazaron frente a mí las entrañas de todos y veía caer uno a uno los intestinos, el corazón, la apéndice innecesaria ya de por sí,  el páncreas, el alma envuelta en cualquier sustancia estomacal, estaba acostumbrada a dejar vacíos los cuerpos, pero esta vez el mío estaba a punto de estallar y mis tripas iban a quedar esparcidas en la habitación, lograr esa escena era la función de mis palabras, ¿pero cómo podían mis propias palabras descuartizarme?, algo entonces contuvo las sales biliares de mi boca y recobré el ritmo de mi respiración, cuando pude contener el vómito, descubrí que no fueron mis palabras lo que desencadenó esa natural sensación de miedo, no fueron mis palabras derrotándome a mí misma, era su estúpido silencio, su silencio al salir desde ahí, no fue su partida, ¡no había perdido nada!, cuando algo de lo que digo nos les gusta, los acorralo hasta sus propios límites, su moralidad, su trabajo, su ego,  su vanidad, su frustración, los llevo al límite de sus vísceras y hablan, escupen palabras hasta por las extremidades, se quedan o se marchan cacareando, echando mano del lenguaje, queriendo sacarme las tripas y yo contemplo inescrupulosa el espectáculo de los vivos, el silencio es para los muertos.