kavanarudén

Fui mar, fui salitre, fui cielo.

 

Me desperté temprano aquel día cualquiera.

Abrí la puerta de mi corazón, un vaho profundo de sentimientos me invadió.

Salí de casa sin que nadie se diera cuenta, como un fugitivo nocturno.

Caminé despacio por el sendero que deja el rocío mañanero.

Me dejé guiar por el fresco aroma que destila la rosa salvaje.

Mis pies desnudos sentían el frescor de la hierva húmeda.

El viento acariciaba mi tez cansada y jugaba con mis cabellos.

Avancé sin rumbo fijo, sin un objetivo concreto, solo seguí un trayecto.

Escuché a lo lejos las olas del mar. Dulce melodía que invadió mi alma.

A lo lejos divisé una gaviota en vuelo. Subía elegante y majestuosa, después descendía planeando cerquita del suelo.

Pude tocar los colores del nuevo día que se acercaba y degustar su dulzor intenso. Sabor ancestral que me llevó a mundos lejanos y perdidos recuerdos.

Subí sin prisas la colina de mis anhelos, al llegar a la cima oteé el paisaje inmenso.

Entrecerré mis parpados, respiré profundo, extendí mis brazos como queriendo abrazar el tiempo, quise retener el momento.

Avancé seguro hacia el acantilado mientras mi ropa iba dejando a mi lado.

Desnudo frente a tan majestuoso horizonte me sentí pequeño.

Sin pensarlo dos veces me arrojé al vacío, abandoné para siempre el amargo sentimiento que produce el hastío.

Caída libre. Podía detallar las rocas desnudas en mi precipitar; el aire frío me hacía trepidar mientras observaba la blanca bruma marina con la cual me iba a encontrar.

Sin saber cómo ni cuando me vi en vuelo. Sobrevolé la bahía que se extendía, que lento se convertía en un océano inmenso. Fui mar, fui salitre, fui cielo. Fui ave en vuelo que lánguido se perdió en un celeste sueño.