Santiago Miranda

la pena

 

se expande como un mancha
de vino tinto sobre los manteles
las pieles del alma suturadas
en cicatrices de colores

 

no somos nada y queremos todo
de aquello que aún no nombramos
desde el vientre tal deseo, pertenece
al deseo ¿y aquél es nuestro?

 

la falta; mi fundamento
la duda, mi duda, nuestra
compañera insomne y ebria
que a destajo destapa lo desnudo

 

la duda, mi duda, nuestra
piedra desvinculada a la estructura
diques y miradores marinos, solapan
los golpes, ocultan la espuma en la mirada

 

vasta esclerótica impoluta, nuestros conductos
reverberan esta contienda milenaria
el drama, la revuelta, la sedición involuntaria
el cambio periódico de ánimo bajo; el péndulo de Newton

 

tu nombre, dama-juana
                                   tu estela ebria estrella
titilando lunas sobre este espejo-manto
nos desdoblamos del pensamiento mismo
de la percepción sobre tal pensamiento
sobre la percepción de aquella que puede
ser llamada meta-percepción. sin cinta roja
sin aplausos, se cruza. se cruza uno en ella 
y se pierde. se tropieza con uno mismo
y lo que partió siendo vana pena
se descubre como materia gloriosa
de reflexiva risa, si uno no llora;
                                                      ríe
si uno ríe, los elementos crujen y tiemblan
                                   y la muerte espantada se desvanece