A. Martinez

Hoy y mañana.

Traes atado a tu cabello de espuma

el rojizo fresco de las tardes,

los colores verde y plata de los pinos,

las sinuosas curvas del paisaje,

y los segundos, que distantes de mis manos

se van pegando a tu ropa,

como marcas indelebles de la espera.

Llegas, y las bocas comienzan a dibujar los besos,

a cantarlos en medio de las bocanadas de oxígeno,

saltando entre jadeos y sorpresas,

que se escurren por los tejados de los labios,

ambiciosos de la libertad de los sentidos.

Se nos vuelan las ropas como aves migratorias,

y la piel se abre como un libro en blanco,

para que los dedos, escurriéndose

en pertinaz llovizna inagotable la tapicen de rosadas caricias,

recorriendo cada punto cardinal de los deseos.

Y luego, nos abandonamos, olvidados de nosotros mismos,

somos dos olas que circundan el océano,

impregnándonos de sal y minerales,

compartiéndonos el olor del mar y sus bramidos,

mientras, las nubes nos observan

con sus ojos inmensos de algodón y agua.

El sol se pierde dentro del cielo que lo abraza,

los últimos colores se tornan delgados y grises,

nuestros cuerpos retornan lentos de su viaje,

sin querer hacerlo, pero felices de su travesía entre corales.

Mis ojos después se cuelgan de tu espalda que se marcha llorando,

y los segundos comienzan otra vez a sujetar tu ropa,

contándose a sí mismos para mañana hacerte regresar.