kavanarudén

Un nuevo día (pensamiento en voz alta)

Un trinar de pájaros se escucha a lo lejos, anunciando un nuevo día que amanece.

El sol se asoma tímido al horizonte ahuyentando las tinieblas.

La brisa suave se hace presente aliviando del intenso calor nocturno.

El viejo ventilador de pared deja escuchar su tenue y monótono ruido.

Las campanas de la Iglesia suenan llamando a la misa dominical.

El llanto de un niño se hace presente, quien tose, quien habla, quien canta a lo lejos.

Un ligero aroma a café y a pan tostado fluctúa en el ambiente.

 

Dulce letargo que me acompaña mientras me despierto. Doy media vuelta en la cama y me digo: “cinco minutos más y me levanto”. Cinco minutos que se convierten en cuarenta. Menos mal que es domingo, me digo al despertarme de nuevo. Me estiro hasta más no poder. Me revuelco entre sábanas que pudorosamente cubren mi desnudez y pienso.

 

Un cúmulo de recuerdos se hacen presente en mi mente. Algunos agradables, otros no tanto. Pienso en mi familia lejana, en mis padres ancianos, en mis hermanos, en las cosas que quiero escribir, en cómo “estirar” el dinero para llegar a fin de mes. Pienso particularmente en esa persona amada que me acompaña en este momento de mi vida, en cómo hemos ido conociéndonos, amándonos, perdonándonos, respetándonos, superando los obstáculos que puede presentar una relación.

 

Me pregunto: ¿soy feliz? Teniendo en cuenta que la felicidad no es un estado permanente de despreocupación, de alegría, de perfección y me respondo: sí. Que hay algunas cosas que se pueden mejorar y perfeccionar en la relación, totalmente de acuerdo. Reflexiono sobre esas cosas sin agobio. Trato de resumir todo en pocas palabras y digo: dialogo, sinceridad, transparencia, de parte de ambos. Nada fácil ya que estoy acostumbrado a esconder mis sentimientos, a no expresarlos por temor a no ser entendido, comprendido, juzgado o a mostrar mi lado más débil y parecer vulnerable. Las diversas experiencias vividas, sobre todo las más dolorosas, me han enseñado que debo que ser fuerte, que debo vencer, que gana quien tiene la última palabra, cosas que poco a poco han reforzado mi orgullo. Me considero un ser “rumiante” (sonrío al pensar en esta palabra) doy vueltas y vueltas a las cosas, pienso y repienso aún las cosas ya pasadas y tiendo a callar. A esto le sumo una dosis de rencor, me cuesta olvidar sobre todo las ofensas recibidas (río de nuevo) Soy un ser complicado. Cada quien es complicado a su manera. Hablar, dialogar, expresar, no tener las cosas dentro es lo que me ha ayudado, pero reconozco que es una lucha. Que caigo en la tentación de cerrarme en mí mismo y ahí es cuando, “la loca de la casa” (Así llamaba Santa Teresa de Jesús a la mente, a la imaginación) comienza a divagar, a pensar, a sacar conclusiones, a juzgar….estableciéndose al interno una verdadera trifulca, que oscurece mi rostro, apagando la sonrisa, nublando mi mirada y arrugando mi frente. Señal de que algo no está bien, poniéndome en evidencia. No logro esconder lo que siento. Si logro saltar este obstáculo, manifestarme, hablar, poner las cartas sobre la mesa, los fantasmas se desvanecen, obtengo claridad reforzando la relación.

 

Ensimismado en mis pensamientos y reflexiones, de repente, Lía, nuestra perrita, salta encima del lecho para darme los buenos días. Aprovecha que mi compañera ha ido a trabajar temprano y se ha subido a la cama, cosa que no se le ocurre hacer cuando ella está. Un secreto que quedará entre nos. Menea su cola, no para de lamerme. Una manera muy sutil de decirme que ella también tiene sus necesidades básicas que tiene que satisfacer. Pone sus patas en mi pecho y recuesta su cabecita. Solo le falta hablar a este animalito. La abrazo y juego con ella un rato.

 

Me levanto, voy al baño, desayuno y me dispongo a enfrentar un nuevo día. Una nueva oportunidad. Que tengan todos un feliz domingo.