ALFREDO

MUERTO

I
Cuando enloquezco
suelo tomar agua,
abundante agua; si es posible
todos los mares dulces de mi universo.
Cuando enloquezco suelo disiparme en lo etéreo,
y no volver en semanas,
en meses,
en años;
o si vuelvo
volver como un abrazo
como un verdadero abrazo de hermano.

II
Al enloquecer mis dientes son como máquinas
y emiten ruidos de rayos,
ruidos de guerra
en feroz estampida.
Quizá, al enloquecer, me traslade a la realidad
a esa realidad de tres ojos
que los cerebros desean conocer.
Al enloquecer ataco todo:
ataco lo que existe,
lo que no nace,
lo nacido,
lo inerte,
y lo que hinche de vida.

III
Cuando enloquezco, suelo hablar como poeta,
suelo hablar como músico ebrio,
como un pintor excitado en sus lienzos,
como un actor con el ego expandido.
Cuando enloquezco
me duele la palabra que emito,
la imagen que pienso,
me duelen las manos,
me duele el letargo del verso.

IV
Cuando enloquezco, idealizo las selvas,
entro en batalla con sus árboles gigantes,
con sus ríos que no bajan la mirada,
con sus animales
que atacan la conciencia.
Al enloquecer, me siento un mezcla de mar y deseo,
una mezcla de vida
y fuego de acero,
un pedazo de nada en lo eterno.
Al enloquecer, Dios me habla en su idioma,
y una Biblia me calma las muertes.

V
Quizá, al enloquecer, mis tiempos se consuman
como agua
en la boca del sediento.
Quizá, al enloquecer, tan sólo sea yo en un espejo,
quizá sea un cadáver sentado
esperando que lo vistan de nuevo.