Samuel Santana

Una làpida

En procura de inspirarme

para un poema un

tanto lúgubre,

visitè el viejo cementerio

a un rincón del pueblo.

Vi imágenes de perros

sobre montículos de amos,

serpientes enroscadas,

gatos, cuervos

y fotos desgastadas.

Era todo un despliegue

del arte mortífero.

El aire era pálido

y la humedad del pasto

traspasó mi calzado.

Además, noté las

diferencias que establece

el hombre aún dentro

de ese reino insalvable:

tumbas de miseria y

mausoleo de oro.

Encontrè inscripciones

de làgrimas, de tristeza y

muy sarcásticas.

Pero la que me hizo

despertar todos los

muertos fue esta:

“Aquì yace Pablo Mejía

que a la cocina de un

loco entró un día

a probar si gas había…

y había”.