Rogervan

Vida sensual de una azotea

Aquella mujer bailaba en su miembro como una sombra sobre un precipicio,

enervaba sus tiempos con sus cadencias,

como la llama de una vela,

que todo lo consume.

Ellas, todas, iban a ver, esos fuegos de artificio,

la cópula de los amantes de la azotea,

la efímera emanación blanca,

que corona el deseo de Casiopea.

Allá van todas a fisgar de una en una,

los tonos de las carnes que alumbra la luna,

y como un vivo aquelarre,

se tocan , se excitan y vuelven entre ambages.

Aquel dios de las brujas les sembró el paraíso,

cada cuerpo y cada fuego que plantaba,

les hacía arder entre sangre y sudor.

Ellas, iban todas, húmedas de anhelos,

y sus pieles se estremecían al mirar,

los orgasmos ajenos que se espían sin cesar,

los inviernos eternos,

no terminan, no se van.

 

Rogervan Rubattino ©

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