Samuel Santana

Congoja

Rómpanse los compases
de los crepúsculos,
sepúltense en el vacío los misterios
de la oquedad,
incéndiense los profundos ecos del mar,
que hoy mi alma no canta,
no ríe,
no sueña:
está triste,
triste,
muy triste;
inmensamente triste.
De lejos el viento me
trae una voz cargada de pléyades,
pero en mí no hay aliento.
Hijo de mi alma,
mi tesón y empeño,
¿qué hora es dónde ahora estás?