luzdeabril

La musa

Y besé sus labios por última ocasión, antes de clavar el filo en su pecho una vez más. Tendí su cuerpo en el suelo y pasé mi pierna por sobre él, con el deseo de mirar su quieto rostro de cerca. Admiré su mirada congelada en la belleza de su vano suplicio e imaginé mil versos en su honor. Entonces, acerqué mi cara a la suya, aún caliente, y resucité la dicha de su impotente llanto implorando misericordia en el acmé de mi oído; cerré mis ojos y gemí de placer al advertirme de que aquella memoria me perseguiría hasta nunca, recordándome el sentido de mi existencia. Observé el creciente crúor esparcirse en la superficie y exhalé su metálica fragancia, la invaluable fragancia de la tortura. Escurrí mis manos bajo su blusa y acaricié sus senos, mientras contemplaba su oscura melena y su inanimado semblante. Era tan hermosa. La seducción de su inerte silueta era la sátira de la humanidad, así cómo un boleto al fuego eterno. Miré su rojo jugo salpicado en mi ropa y anhelé poder presumir el arte que en ésta se había creado con alguien más que sólo mis arcanos.

–Te amo. Y ahora siempre estaremos juntas –le susurré a su oreja, antes de aproximarme a la salida. Cerré la puerta tras mi y subí a esta nueva e impulsiva manera de vivir.