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El escritor y ella.

El escritor era paranoico
Cada fin de mes se enamoraba,
Caía en una taberna
A probar bebidas que lo satisfacían,
No le importaban los días el escribía
Pues moría si no lo hacía

En los meses de primavera
Buscaba mujeres coquetas.
Que lo complacieran con sus siluetas,
Las desvestía con la mirada,
Su charlatanería las convencía,
No importaba que fuera dura,
El con su magia las embaucaba.

Con un vaso de whisky
El flotaba a otro mundo,
Donde todo fluía con armonía,
Siempre recordaba a la mujer de su vida
Que  tristemente no le pertenecía.

Cuando era verano
El hablaba de aromas profundos,
Buscaba diversión,
Luces exhibicionistas
En bikinis exóticos,
Que lo satisficieran con la mirada,
Esas mujeres tenían perspicacia,
Rápido se emocionaban,
Con la audacia de él escritor,
Que con bonitas palabras de amor,
Las persuadía y placer derramaba,
En los cuerpos de aquellas bellas damas.

En el fondo del bar se esconde
Ocultando sus flaquezas,
Bebiendo hasta la inconsciencia,
Esperando la caricia que lo levante
Al vuelo como lo que es, un arcángel.

En el otoño husmeaba melancolía
En la pureza femenina,
Esos meses eran de amor triste,
Palabrería infalible
Que no fallaba ante la pureza
De las bellezas que cayeran presas,
Del verso eficaz, que con una rima
Conseguía las piernas,
De la más elegante mujer conocida,
Esos días de finales de mes
El otoño de hojas rojas los cubría,
Los besos combinaban
Con el rumor del viento
Al rozar los árboles secos.
Seco terminaba el corazón del escritor
Después de usar tanta dicción,  
De aquella estantería
Donde guardaba la prosa más fina.

Suena el jazz en el tocadiscos del café,
El escritor acompañado de nostalgia,
Escucha lo desordenado de la melodía,
Se deleita con tan pulcra irreverencia,
Era inevitable no pedir una bebida,
Para fluir en el elixir de la vida.

En la vera del invierno
Del olvido se protegía,
Pues no encontraba mujer que lo cubriera,
Escondía sus penas con la nieve,
Que en las noches en algunos días caía,
No sabía cómo, pero volvía
Con el amor de su vida.
Ella la mujer que lo consolaba
Siempre se mostraba triste
Porque era la única que permanecía,
No le importaba que su escritor
Imaginara que no le pertenecía,  
O que cambiara de piel cada fin de mes,
Ella disfrutaba su tiempo
Que al final él destrozado siempre volvía,
Con su calvario y trozos de llanto,
Él con su escribir la convencía,
De un fin de mes más a su lado,
Él no comprendía porque con ella repetía,
Cada año en invierno siempre reaparecía,
Tal vez así sería hasta el fin de sus días,
O simplemente tendría
Que comprender que ella era su vida y coincidían,
Y ya no habría necesidad de volver al fin de mes,
Simplemente quedarse en el presente,
Donde ella con cariño le revivía,
¿Será que el escritor a ella pertenecía?

Ahí va el escritor acompañado de una bella dama,
Que ahora en vez de bares visita restaurantes, teatros o cines,
Feliz de olvidar los fines y de vivir en los inicios o intermedios del mes,
No importa el día, para él y ella el tiempo es lo de menos,
Lo que importa es que viven inversos en sus defectos.
El escritor le regala los más exquisitos versos,
Ella las mejores platicas después del sexo,
A veces acompañan su amor con un buen vino,
Para no perder la costumbre de sentir el alcohol por las venas.
Al correr por las sabanas mojadas de la cama,
Los dos olvidan el pasado cuando se consolaban,
Hoy simplemente viven juntos y se aman.