Ibañez Olmos Victor Alfonso

Relato 6 -De mi-

 

Cada que hablo de mi es como si colapsara en un santiamén mi pecho para dejarlo en los relatos que escribo, sé que siempre hablo de la perpetuidad del recuerdo, de mujeres y tragos, de experiencias de madrugadas que se esfuman con el alba, de besos rotos y miradas que queman hasta el alma…

 

Mi limerencia es siempre así, tan atenta al destello de pupilas, tan frágil a las promesas fisuradas por la mentira, me mueve en gran dimensión las caricias furtivas, en ellas encuentro a veces lo que el cuerpo necesita…

 

Sí, una necesidad interminable de extasiarse en el cuerpo de una mujer, de perderse en los movimientos del concúbito y el compás de sus piernas, de volverse afecto de sus caderas y su nutación, algunas me llevan en el alma, otras en el corazón, y las que pasan, besan, y se van, ellas... ellas me llevan en lo febril de la imaginación...

 

Después, sólo espero el ímpetu con el que ataca la soledad, la frialdad con la que escuece mi cuerpo, volviendo su recuerdo mi mortaja, acechando una esperanza de quien con dolo engaña, de quien con la mirada llega ilusionando lo que mas tarde mata, no obstante, regreso agradecido a mi rincón en donde las lágrimas se vuelven alivio, en donde los recuerdos del execrable amor que profanaba con falacias tan vivazmente acomodadas construyeron la necesidad de amarte.

 

Vuelve la melancolía fielmente representada en la mirada, y salgo a buscar quien me llene el alma, quien con una palabra regrese la esperanza.

 

Así son mis días, busco un mensaje en la mañana para recrear el menester de sentir el pecho colmado de eso a lo que se le llama ser amado…

 

Empero, salgo con la sonrisa en el rostro, con la gentileza en la mirada, sigo buscando a quien ayudar, sigo entregando lo que tanto me hace falta. A

 

A veces, cuando el silencio me embarga, sólo imagino lo sublime de entregar mi compañía, mis exuberantes noches de poesía, mis tardes ávidas en que se unan las manos y se fundan los labios, ya no hablo de cuerpos perfectos, ni siquiera de actos lascivos, ni de pudores exorbitantes que consuman el sudor de la piel del concúbito ¡no! no hablo de la asfixia que sienten los cuerpos cuando se encuentran cóncavos, ni del movimiento suave del eretismo oblacionando la exaltación de recrearnos entre sabanas… hablo de lo sublime que resulta un café en la mañana, de la entrega  deificada en el albedrio de dos manes que al fundirse con el cuerpo crean la esencia en pareja, tanto anhelo la compañía plena de una mujer que en mis intentos vanos de tener, me desmorono al perder…