Samuel Santana

Terco intento

Tú eres tan meticulosa como el viento

 recio que penetra por los orificios

 de la tierra hasta hacerse  uno

con los volcanes. Sin embargo,

la sangre que irriga mis

palabras  es aliento

 prestado,

conscientemente advertido de que  en

 cualquier día su cirio se extinguirá.

Veo en tus ojos y en tu rostro de

 muñeca un rugido tremendo

 de relámpagos por entre

 los árboles oscuros

y enchumbados.

En tu pelo delicado cruzan las nubes

de las economías de las princesas.

La filosofía de las cátedras  

citadinas,  con argumentos

de flor de maíz maduro,

se refleja en cada uno

 de tus parpadeos.

Yo busco la esencia y la suerte

de un pueblo en ti iluminado.

Anhelo ver la dimensión de

 los adoquines que pisas,

 el color del agua

 con que te baña,

 el aroma de los lirios por donde pasas,

las campanas de la plaza que escuchas

 y el vuelo de las palomas sobre tus

 tejados. Con presteza obvio el grito

 de los ataúdes fundidos bajo los

 rosales ya muertos. Al otro lado

 de los montes escuché tu canto

 de perdiz triste.  Fue tu

tatarabuela  la dama

de los penachos

 rojos y quien mantuvo su dominio

sentada sobre la poltrona de gran

 autoridad y fuerza pública en

 la tribu. Muchas veces te he

intentado con camelias en

mis  manos, empero tu

 viento indomable las

destruye sin dilapidación

 de tiempo y espacio.

Invoqué los versos de mi majestuosa

poetisa Salomé para que te

 aconsejaran y aún seguiste

 impertérrita como

lluvia borrascosa.

Junto a ti he soñado mejorar la economía

 de los burlados por los picaflores

 del poder. Sé que tus ojos

también  han visto como

el polvo barre a los que

 cargan el cartel social de la desgracia,  pues

 tu rostro y tus labios son de   ángel

 de  justicia y de paz. Buscando y

rebuscando bajo las piedras

 he tratado de encontrar

 dónde es que las

 mariposas y los

 escarabajos rojos ponen sus huevos

 primaverales. Pero entre los

arrabales  de nuestros

pueblos, solo he

tropezado con

los niños que lloran lágrimas de santos sufrientes.

Es por eso que, en cada aurora, lo primero

que hago es seguir perdiéndome

 en esas inquietantes

 pupilas siderales.

Son ellas salvación de todos.