No soy una mariposa
y, sin embargo, al salir del capullo
extiendo las alas por instinto
y me lanzo,
planeo,
me elevo,
y de repente,
caigo,
sí,
caigo,
y pruebo el sabor del polvo
y, sin embargo, sigo siendo mariposa.
¡Como si ya no hubiese suficientes alas de mariposa regadas por ahí!
Habrá muchas,
pero las mías aún no,
hasta hoy
cuando la brisa ha sido tan dura
que ha derribado mi máscara de mariposa,
y la ha arrasado.
¿Qué tal si no hubiese salido del capullo?
Ni pensarlo,
¿a qué le puede temer una mariposa?
A la nada, al depredador, ¿a sus alas?.
Si la mariposa razonara
no habría salido del capullo,
seguramente no habría probado la brisa,
pero tampoco habría probado la tierra,
no sería una nueva mariposa,
en este terreno inhóspito
(pero fértil),
al final,
no teme ser arrasada,
no hay fin para sus alas.