Con halos de los cielos, bordaba su ternura,
que solo los conservan las almas cristalinas,
tenía su sonrisa la flama de dulzura
que llenan nuestros pechos de músicas divinas.
Su voz tenía el timbre de regia melodía,
copiado de los coros de orquestas celestiales,
sus notas transparentes el alma estremecía
haciendo que los sueños volaran por caudales.
Su mirada serena parecía la aurora,
radiante y luminosa brindaba rayos tiernos
sus rostro desplegaba la luz encantadora
que despliegan estrellas con fulgores eternos.
La reina parecía, venida de Corinto
con gracias muy reales su entorno florecía,
efluvios emanaba de flor de terebinto,
dejando en el espacio candor que relucía.
Tan diáfana lucía, lo mismo que los rayos
de luna transparente, mostrando el plenilunio,
semejaba las rosas que florecen los mayos
con frescura de nardos florecidos en junio.
Disfruté de la dicha de dormir en sus brazos,
de sentir su ternura, su pasión encendida,
de mirarme en el rayo de sus negros ojazos,
de saciar mis deseos en su fuente de vida.
De pronto su partida mi espacio lo nublaba,
igual que las palomas, del nido se marchó,
quimera tan preciosa de pronto se esfumaba
y el vuelo levantando ya nunca regresó.
Autor: Aníbal Rodríguez,