Hija del mar

¡Nunca más!

Permaneció demasiado tiempo

en ese rincón olvidado,

humillada y desahuciada,

acompañada por el miedo,

quien se había convertido

en su único y fiel compañero

entre aquellas cuatro paredes.

 

Rodeada de ojos que no ven,

oídos sordos y palabras mudas,

testigos ciegos vendidos

a una atroz injusticia y negra maldad,

llegando a creer en su debilidad,

en su no saber hacer, en su incompetencia.

 

Angustiada y asustada 

permanecía abrazada a su fiel compañero,

a la espera del siguiente envite 

que se les antojase,

ese que la destrozaría nuevamente,

ese golpe inevitable y certero

que la haría añicos injustamente,

y una vez más

el miedo la haría mal recomponerse 

para la siguiente cornada,

esa que la llevaría a la muerte.