Polo Piceer

Psiwheel

No estaba escrito el descubrirnos, fue un
impulso del deseo primario y primitivo; forzamos
al espacio y desvestimos al tiempo, enamoramos
al demonio del amor con hologramas cuando
nos besó y lo besamos detrás del piano negro, al
son del pulso erecto, y algo más tarde a merced
de la ventisca helada en el balcón, y ante las
miradas espías de la mesa, y después en la
tenue oscuridad debajo de ella; previo al pato a
la naranja y posterior a ese suflé de `no fui yo´;
y más noche o día en la ducha del destierro bajo
las colchas de carne.


No estaba escrito entre nos el infinito,
era apenas un esbozo, el intento de un boceto;
trazamos líneas gruesas y rompimos el grafito
con heridas recientes al desnudo, como rumores
esfumados de un viejo edén bajo el rigor del
felón amanecer, que escarchó nuestras voces
atiborrándonos de interrogantes y rumias de
sinsabor.


Nos asaltaron resquemores que habrían
de ser la cumbre del mutuo arrepentimiento y los
repentinos correr del tiempo y recorrer habitual
del espacio, otra vez.


Habríamos de ser vencidos, de
inmediato, por la saciedad del instante.


Y ahora que un gorrión atraviesa mi
ventana y cuando han ido y venido mil tormentas,
y veo venas de agua en el vidrio uniendo gotas
de otras lluvias, sé que sólo soy un psiwheel
solitario intentando agitarse, y sin embargo no
me muevo; mi locura sigue inerte navegando
por tus muslos y tus senos, por el estrujamiento
de esas nalgas, por aquellas venas verdes en
tus manos donde te corría la impudicia. Sigo
rebotando en la tina de ese cuarto de hotel, en
donde, bajo la erupción ácida y salada de mi
cuerpo, me succionaste a bocajarro la sustancia
para llevarla desde tu boca hasta el punto en
donde, como a mí, te nacería de pronto el vacío.


Y desde este gemido gélido y humillado de
animal herido, te reclamo: a besos o mordidas o
chupadas o rasguños o convulsiones de un grito
fingido, me devuelvas, si tú quieres por piedad,
el alma entera.